El esquema de concierto propuesto es una receta de éxito asegurado. Una gran orquesta sinfónica, un programa con obras de repertorio, un buen solista y un mejor director. Sumémosle el hecho de que la Orchestre Nacional du Capitole de Toulouse, que ha estado en Oviedo hace unos años, ha experimentado un notable crecimiento artístico, y que su director titular está realizando una ascendente carrera internacional. Desde el minuto uno hubo exhibición de poderío orquestal, con la obertura de "Ruslan y Ludmila" –propina festiva de libro que hemos escuchado no pocas veces en este ciclo de conciertos desde que naciera en el teatro Campoamor-, especialmente en una cuerda de precisión, brillantez y sonoridad verdaderamente espectaculares. A continuación vino el "Concierto para violín el nº 2" de Prokofiev que, aún reconociendo la predilección del que esto escribe por el nº 1 del mismo autor, es una mezcla magistral de poesía sonora, personal modernidad estética compositiva, enigmática belleza –la belleza siempre lo es-, y dosis de virtuosismo instrumental. La orquesta se sacó de la manga la solista, que es su concertino –léase en positivo-, quizás no la más brillante del firmamento, pero sí con una sólida técnica y un penetrante sonido que, seguro, agradeció su soberbio Stradivarius. Geneviève Laurenceau puede presumir de recursos y es coherente en su discurso musical. Los conciertos para violín de Prokofiev precisan del solista limpieza y transparencia en cada nota, que muestre en su esplendor lo contenido en la partitura, y aunque Laurenceau luce un vibrato muy proporcionado, éste es tal vez demasiado constante, y en más de una ocasión restó claridad a la articulación melódica y al paso definido de una nota a otra. Su potencial virtuosístico garantizó una interpretación pétrea del concierto, pero creemos que sin lograr conectar en momentos decisivos. De propina ofreció una muy interesante obra del joven compositor francés de origen polaco Karol Beffa.

La contundente sonoridad de "Quinta" de Tchaikovsky llegó al último rincón del Auditorio ovetense. No sería como alguna de las versiones míticas de referencia, pero tampoco fue una interpretación convencional, sobresaliendo en su orgánica relación de arrebatadora y romántica agónica y dinámica, en la que Sokhiev supo guardar el equilibrio entre contraste y la mediación expresiva. Tugan Sokhiev es un director de gesto preciso que amolda al diseño de cada frase musical, y exige a sus músicos como respuesta a su propia entrega. Solo en pocos momentos ese tenaz y férreo control pareció innecesario. La sonoridad orquestal fue en la misma línea con la que comenzó el concierto, en la cuerda unos violines de efectividad mayúscula, y unos graves siempre contundentemente redondeados que proporcionaron un cálido relieve. El viento, también en las intervenciones solísticas –véase el celebérrimo solo de trompa de una bellísima recogida sonoridad-, fue eficaz en cada sección sin perder, en general, el equilibrio en los planos sonoros. La dinámica mostrada en el detalle ofreció más de una agradable sorpresa, y Sokhiev hizo suyos algunos pasajes del carácter efectivo de una emotividad compleja, como es esta imponente sinfonía, con una expresión diferenciada. De propina el la "Danza rusa" de "El Cascanueces" de Tchaikovsky y, como no, un "toreador" Bizet de despedida y cierre.