Lo que pudo haber sido una interesante disertación, sobre todo en estos momentos en que el público gijonés está justamente sensibilizado respecto a la personalidad de Gaspar Melchor de Jovellanos al cumplirse el 200,º aniversario de su muerte, se convirtió en una angustia. El Ateneo Jovellanos, en su salón completamente lleno como ya es costumbre, ofrecía la conferencia, «Jovellanos, literato», a cargo de la profesora de la Universidad de Oviedo Inmaculada Urzainqui. La convocatoria estaba señalada a las siete de la tarde. Y nos dieron las nueve menos cuarto. Yo sugeriría a los eficaces rectores del Ateneo que regularan el tiempo de los ponentes severamente y en beneficio de todos. No se puede hablar hora y media ininterrumpida porque el personal, como mal menor, se cansa y se pierde. O se impacienta, se irrita, o jura no volver.

El catedrático de Filosofía Santiago Sagredo hizo la presentación tanto del tema como de la conferenciante. A propósito de la faceta literaria de Jovellanos dijo que entre todos los calificativos que se le atribuían -prócer, ilustrado, patricio, señor de Cimadevilla...- el más acertado era el de polígrafo ya que escribió mucho y de muchas materias. Definió a Inmaculada Urzainqui como una navarra que vino a estudiar a la Universidad de Oviedo, donde se licenció en Filología Hispánica en 1970, y en la actualidad ejerce la cátedra de Lengua Española. Ha dirigido el Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, al tomar el testigo de José Miguel Caso, y es una experta en la Ilustración. Ha participado en numerosos cursos, congresos, publicaciones, y le interesa de modo especial la figura de Jovellanos.

«Llevo 45 años en Asturias, y aunque soy navarra quisiera morirme aquí», dijo la profesora Urzainqui; declaración que fue correspondida con aplausos. En realidad era una señora encantadora, guapa, de expresión dulce. Ocurre que su bosque era tan frondoso que, contemplando sus árboles, se perdió en él. Explicó la evolución semántica del término «literato», que al principio del siglo XVII era atribuido a un personaje versado en letras, pero ya al final de ese mismo siglo fue derivando hacia el humanista. Jovellanos es el prototipo, aunque no por ello su perspectiva literaria sea menor, analizada ésta bajo su dimensión de poeta y dramaturgo. Siempre había tenido pasión por la lectura, y a lo largo de su vida fue creando distintas bibliotecas; en Sevilla, en Madrid, en Gijón... Los mejores escritores de su tiempo fueron sus amigos, e incluso en su familia -padre, tío, hermanos- hubo brillantes poetas.

Jovellanos escribió poesía desde su juventud hasta su muerte, aunque siempre ocultó sus versos; no le parecía una práctica seria, sino algo frívola. De sus sesenta poemas algunos llegaron a publicarse, pero sin ir acompañados de su nombre o, en todo caso, bajo seudónimo o unas simples iniciales. En su obra poética, la profesora Urzainqui destacó tres rasgos. Su coherencia con sus propios valores, «son mis versos bien sentidos y de verdad llenos», declara. Su modernidad, en conexión con la vanguardia europea, llenos de sentimiento y sensibilidad. Y su sesgo festivo, donde hace alarde de su sentido del humor. Hay también en su poesía un Jovellanos feminista que censura la tiranía de los maridos, el maltrato, la esclavitud de ipso.

El teatro de Jovellanos también hizo vanguardia, siempre en busca del drama humano, uniéndolo a la ternura y las emociones.