Oviedo, M. S. MARQUÉS

Tras la historia de la sidra El Gaitero está la herencia de aquellos ilustres asturianos «preocupados de encontrar vías para sacar a Asturias de la pobreza atávica en que vivía». Así habla de la centenaria firma villaviciosina Víctor García de la Concha, que la considera, «en buena parte, un proyecto de indianos y a ellos, en gran medida, se destinaba la producción».

Ahora, la firma Valle, Ballina y Fernández, con más de un siglo al frente de un proyecto industrial de éxito indudable, ha visto reconocido su patrimonio por el Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial (TICCIH), que lo destaca como uno de los ocho elementos más representativos del patrimonio industrial asturiano incluidos en la muestra titulada «100 Elementos del Patrimonio Industrial de España», que se mostró en la Real Fábrica de Tapices de Madrid.

En la actualidad, las instalaciones de El Gaitero mantienen una fisonomía bien cercana a la que presentaban a comienzos del siglo XX. La modernización que la expansión y el paso del tiempo impuso a las instalaciones supuso en los años setenta la construcción de un nuevo edificio para albergar los servicios centrales de la empresa, que sustituye al de 1900. En esa década se realizó, asimismo, la ampliación de la bodega de tinos metálicos que se amplía en cuarenta y cinco nuevas unidades, consiguiendo una mayor capacidad de almacenamiento.

Pero en realidad, la historia de El Gaitero comienza en 1888, cuando los hermanos Del Valle adquieren maquinaria para dar comienzo a la champanización en Villaviciosa. Nace así una sociedad que crea su marca bajo la imagen del gaitero consiguiendo un éxito rotundo. Francisco Crabiffosse Cuesta, autor de la historia de la empresa, cita el 24 de mayo de 1890 como la fecha fundacional de la Sociedad Valle, Ballina y Fernández, constituida con un capital de diez mil pesetas. La actividad para poner en el mercado la bebida gaseosa se desarrolló inicialmente en distintas instalaciones de la villa, que iban cambiando a medida que la producción crecía. A finales de 1890 salen para el resto del país y América las primeras remesas de sidra champagne que consiguen una excelente acogida. Ese éxito en el mercado americano fue determinante para el futuro de la empresa y obligaría a ampliar las instalaciones y a adquirir materia prima a diversos lagareros.

A finales de 1896, Valle, Ballina y Fernández tenía alquilados cinco llagares y dos almacenes, una pomarada y el local donde se encontraban las oficinas de la empresa. Según recoge Crabiffosse, en ese mismo año se adquirió la finca denominada La Espuncia, lindante con la ría y la carretera a Colunga, elegida por su emplazamiento estratégico para la entrada y salida de materias primas y producto acabado por vía marítima y terrestre.

Allí se levantó en primer lugar un edificio destinado a elaboración y bodega, era de líneas sencillas, planta rectangular y cubierta a cuatro aguas, que buscaba la mayor capacidad y utilidad posibles. Pronto se construyó anexa a su pared otra nave de menor planta y altura mientras que la empresa continúo la adquisición de fincas en la zona. En el futuro los edificios van a ser ya de planta fabril.

Las nuevas instalaciones se completaron en aquel final de siglo con la moderna maquinaria adquirida en distintos lugares de España y del extranjero: trituradoras, embotelladoras, máquinas de alambrar y corchar... El montaje del conjunto concluyó con la construcción de una rampa que facilitaba los accesos a la ría para el transporte de mercancías y más tarde va a ser preciso levantar un muelle a lo largo de todo el frente de la fábrica. En aquel momento la salida de los productos se hacía casi exclusivamente por mar, enviándolos a los puertos de Gijón, Santander y Pasajes desde donde se embarcaban hacia los mercados de ultramar, que en esos años ya alcanza la importancia capital que tendría en el futuro.

Un aspecto que contribuyó al desarrollo de la firma fue la estrategia publicitaria realizada en los países latinoamericanos, así como la presencia en exposiciones y certámenes que, junto al esfuerzo inversor en nuevas instalaciones, fue crucial para el gran éxito de ventas alcanzado ente 1895 y 1899.

A pesar de la existencia en el sector de otras firmas con más antigüedad, la decidida apuesta de Valle, Ballina y Fernández por un producto de calidad junto con el inteligente uso de los recursos publicitarios le valió el reconocimiento inmediato de la prensa que iba a contribuir a consolidar el nombre de la empresa. El éxito va a plasmarse con la instalación a comienzos del siglo XX en La Espuncia de un completo taller, equipado con nueva maquinaria que permitía la fabricación de cajas de embalaje.

En 1900 las instalaciones levantadas a orillas de la ría ocupaban más de 10.000 metros cuadrados, con una producción anual que rondaba el millón de litros. Siete años después, la producción anual de la fábrica ascendía a dos millones de botellas y la capacidad de almacenaje era de cerca de tres millones de litros de sidra, en toneles de 400, 500 y 700 hectolitros y en veinticinco grandes tinos con cabida para 80.000 litros cada uno.

La fábrica, que hoy trabaja con la maquinaria actual y ha renovado las instalaciones para acercarse a los nuevos tiempos, mantiene intactas las bodegas originales. Impresiona adentrarse en el interior de la primera bodega con tres plantas de toneles de diferentes tamaños, la más baja con tinos de 20.000 litros de capacidad, la segunda de 10.000 y la tercera de 5.000.