El director finlandés Ari Rasilainen regresó, tras ocho años, al frente de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), para ofrecer en Avilés y Oviedo uno de los mejores conciertos de la temporada de la orquesta. A través de un programa exigente integrado por obras rusas, la OSPA mostró todas sus virtudes tras un minucioso trabajo previo, desde la templanza y la eficacia en el podio.

La obertura de «Russlan y Ludmilla» de Glinka, fue un fantástico pórtico para un programa que requirió gran nivel técnico y expresivo en la orquesta. La OSPA, potencia bajo control, dominó los riesgos mecánicos de una página trepidante e intensa, que sirvió de espectacular arranque. La formación lució así un sonido diáfano y enérgico en una interpretación de velocidad adecuada, en la que Rasilainen midió las revoluciones para extraer toda la sustancia sinfónica que rodea los temas de la obertura.

La admiración de Chaikovski por Mozart quedó expresa en la cuarta suite del ruso, en un homenaje sentimental a partir de temas que se transforman, con renovada sensibilidad, por medio de una hábil orquestación que la OSPA tradujo con una cuerda y maderas depuradísimas. Desde la «Giga» y el «Minueto», exuberante y reposado, para seguir con la «Preghiera», de belleza melódica suntuosa, basada en el mozartiano «Ave Verum Corpus K. 618». Cerró la suite el «Tema y variaciones», la mejor parte de la obra de Chaikovski, en una interpretación de la OSPA con espléndidas maderas y partes solistas, como la del violín concertino y el clarinete.

Sin embargo, la OSPA no había mostrado lo mejor, según pudo apreciarse en la segunda parte del concierto, que ocupó la «Sinfonía nº 2, en Re mayor, Op. 43» de Sibelius. Todas las secciones de la orquesta funcionaron al mismo nivel, en una plantilla muy compacta y atenta, bajo el criterio de Rasilainen, a la evolución de la página, de un original desarrollo motívico a través de secciones contrastantes en su estructura.

Así se observó en el primer «Allegretto», con esas curvas suspendidas en el aire que hicieron contener la respiración, seguido del «Tempo andante, ma rubato», de emocionante gravedad desde el primer dúo de fagotes, con un gran balance de volúmenes y dinámicas. El movimiento «Vivacissimo», un scherzo tempestuoso que no perdió precisión en la orquesta, presentó un trío de carácter ensoñador liderado por el oboe, y que condujo al «Finale», gran síntesis sinfónica, bien dosificado por Rasilainen hasta el «crescendo» definitivo. Quizás el finlandés, por su trayectoria y maneras en la dirección, tenga uno de los perfiles más adecuados para conseguir, desde la titularidad, que una orquesta como la OSPA de un paso más en su plan artístico y musical.