La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) cumple hoy veinte años y lo hace en medio de una ilusionante etapa que ha servido para abrir nuevos horizontes en los que están implicados con enorme entusiasmo tanto los músicos como el público que asiste habitualmente a los conciertos que se ofrecen en Asturias.

La OSPA nació en circunstancias difíciles, casi traumáticas y hoy muy olvidadas. No salió de la nada. Su existencia se entrelaza con una tradición que se remonta a finales de la década de los treinta del pasado siglo y que permitió, con el paso del tiempo, generar la necesidad de que el Principado de Asturias contase con una formación que a todos nos representase y sirviese a la comunidad. Tras unos inicios titubeantes -Salomon y Levine al frente- la llegada de Maximiano Valdés a la titularidad de la orquesta marcó de manera determinante a la formación. El maestro chileno, de origen asturiano, aportó estabilidad, forjó el sonido de la orquesta y le dio un repertorio, amplio y muy rico de concepto. Además afianzó artísticamente a la orquesta en la ópera con la participación en los títulos de mayor responsabilidad, con resultados muy notables, reconocidos por la crítica nacional, en los últimos años. En estas dos décadas la orquesta se ha ido ubicando en el mapa español y es respetada por su calidad y profesionalidad. Queda aún por hacer un trabajo de mayor calado en el proceso de difusión de la misma. Pero esto debe venir acompañado de mayor holgura presupuestaria. Sólo con que el Principado invirtiese algo en una buena campaña publicitaria, o en el patrocinio de giras, la OSPA estaría en condiciones de dar el salto que merece por su calidad.

El camino recorrido no ha sido fácil. Hubo momentos muy buenos, otros no tanto. Hasta llegar a la sede del auditorio Príncipe Felipe los problemas se encadenaban, generando una frustración constante entre los músicos. Se salvaban los ensayos compartiendo casa con el Conservatorio ovetense, pero las carencias de escenarios llevaron incluso a tener que realizar algún concierto en una iglesia de la capital. Alguna que otra polémica generó crisis que, a la larga, han beneficiado a la agrupación. La estabilización de la orquesta tuvo en la gerencia de Inmaculada Quintanal su figura esencial. Sin ella, sin su determinación y empuje, no se hubiera podido llegar a la realidad actual. Muy buena impresión dejó también el paso por la gerencia de la que luego fue consejera de Cultura, Encarnación Rodríguez Cañas. Y, ahora, Ana Mateo lleva las riendas con firmeza en un momento clave, pilotando con inteligencia, sentido común e independencia el cambio de titularidad. O lo que es lo mismo, buscando lo mejor para que la orquesta continúe su desarrollo. La plantilla base de la orquesta se mantiene estable y son los músicos los grandes protagonistas de este cumpleaños. Han sabido aguantar momentos críticos con sosiego, atemperar reivindicaciones y luchar por la viabilidad de un proyecto que ha de implicar a la sociedad asturiana en su conjunto. Tampoco se puede olvidar al eficiente equipo de administración que mantiene la maquinaria burocrática engrasada.

Se echa de menos un compromiso del Principado de la misma profundidad que en otras áreas culturales para las que fluyen los fondos con generosidad y a las que se mima desde el punto de vista propagandístico. La OSPA es una excepcional embajadora de la cultura asturiana porque la orquesta -y la música clásica hecha en Asturias- también es parte esencial de nuestro patrimonio cultural. Es una responsabilidad que a todos nos incumbe y ante la que no cabe escurrir el bulto y mirar para otro lado.