Pese a la crisis económica que hace mella en todas las programaciones musicales, y Asturias no es ninguna excepción, existen ciertos parámetros de calidad artística que deben mantenerse. No ha sido así en el XVIII Festival de teatro lírico español, que echó el telón el jueves con la última función de «Los diamantes de la corona», el cuarto título del ciclo, frente a los cinco habituales en ediciones anteriores. Dicho esto, la labor de los programadores, además de tener un espíritu práctico y desarrollar cierto grado de imaginación acorde con los tiempos, ha de responder ante todo a criterios profesionales para evitar que, en este caso, la temporada de zarzuela de Oviedo pueda caer en la desidia. Cabe recordar que el festival del Campoamor es uno de los dos más importantes de España y que, a este respecto, se vincula por convenio con el teatro de la Zarzuela. En este sentido, el balance de la temporada del Campoamor llama aún más la atención, teniendo en cuenta que el coliseo madrileño es el primer responsable de recuperar, conservar, revisar y difundir el género lírico español, según reza en su nuevo estatuto como centro de creación artística del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM).

Dos de las cuatro producciones programadas tuvieron especial interés por su novedad, aunque con resultados desiguales. «Luisa Fernanda» es un título ya popularizado que acaba de revisar Luis Olmos al frente de la escena, en una producción cuestionada tanto en Madrid como en Oviedo, donde celebramos por primera vez el estreno de una producción de la Zarzuela, aunque en este caso más bien en clave experimental por las innovaciones tecnológicas de la escenografía. Para cerrar la edición descubrimos una obra maestra de Barbieri, «Los diamantes de la corona», también con diversidad de opiniones en cuanto a la utilización de una escenografía sencilla y tradicional bajo un concepto teatral nuevo, en una producción firmada por José Carlos Plaza.

En comparación con el plano teatral, las mayores carencias de la temporada se dieron en el musical, de modo que en «Luisa Fernanda» y «Los diamantes» se escucharon repartos poco equilibrados y sólidos vocalmente, así como una «Oviedo Filarmonía» desaprovechada en un foso de sonido apagado, a cargo de Cristóbal Soler. El barítono Jesús Rodríguez se impuso en «Luisa Fernanda», con un Vidal Hernando que eclipsó a la diva Cristina Gallardo-Domâs, que con sus excesos no convenció en su debut en el género como Luisa Fernanda. El resto del elenco apareció limitado en lo vocal, en la misma línea que sucedió en «Los diamantes de la corona», zarzuela en la que se distinguió el tenor Carlos Cosías, aunque sin grandes alardes, entre otras voces de medios modestos para las exigencias de la obra, como el caso de Carmen González o Antonio Ordóñez.

«La del manojo de rosas» presentó el único reparto que verdaderamente funcionó en la temporada, encabezado por Sabina Puértolas, con una voz de amplios medios y gran naturalidad en la escena como Ascensión. Junto a la soprano lució también el Joaquín del barítono David Menéndez, pleno tanto en lo vocal como en lo dramático, en un reparto en el que destacó otro joven asturiano, Jorge Rodríguez-Norton, con claros avances vocales. Un reparto totalmente asentado en sus papeles, que repitió en Oviedo en el histórico montaje de Emilio Sagi, tan sólo con dos años de por medio. Algo parecido ocurrió con la ya clásica producción de Gerardo Maya de «La Chulapona», que volvió a verse en abril, sin grandes cambios -salvo por otro debutante, Marcelo Puente, con cuestiones de técnica vocal que revisar-, y en este caso sin actuaciones descollantes -aunque Milagros Martín hizo gala, como es habitual, de su buen oficio.

Si hay algo común que destacar respecto a los dos títulos centrales de la temporada fue la dirección musical, con interpretaciones coloristas y de gran vitalidad que tuvieron respuesta plena por parte de la OFIL, dirigida por José Miguel Pérez-Sierra en «La Chulapona», y por el nuevo director titular de la orquesta local, Marzio Conti, en el «Manojo», que fue la primera zarzuela para el maestro italiano, aunque no pareciera tal. Por su parte, la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo mantuvo un nivel correcto aunque discreto en la temporada. Al coro de la zarzuela puede exigírsele más incluso en una obra de las dificultades de «Los Diamantes de la corona», pudiendo evolucionar y ganar cohesión en sus actuaciones.

Estas cuestiones se reflejaron además en unos programas de mano de pobre contenido e incluso errores de texto, ineficaces para facilitar el acercamiento de un público heterogéneo a las obras y a los protagonistas de la representación. La realidad desluce así la mayoría de edad de un festival que, por otro lado, debería entenderse al margen de los debates políticos. La temporada de zarzuela de Oviedo es constantemente arrojada al vacío como arma política y se olvida el hecho de que el patrimonio, en este caso el musical español, es un bien cultural independiente de una u otra orilla. Esperemos que las carencias artísticas y el poco interés, en sentido global, de la recién clausurada temporada sea un caso aislado y no haya que lamentar males mayores.