Va a costar volver a escuchar el solo de saxo que parte en dos mitades «Jungleland». O «Tenth Avenue Freeze Out». O esa fanfarria que se mezcla con la voz de Bruce en «The ties that bind», te agarra por los huevos y te deja claro que no te va a soltar hasta que no escuches el disco doble «The River» enterito y entiendas todo lo que puede llegar a contarte el rock and roll. Va a costar volver a un concierto de Springsteen & «E Street Band» y no ver a la izquierda del jefe los ciento treinta kilos del mejor saxofonista de la historia del rock moviendo los pistones de la mejor banda de rock and roll de la historia. ¿A quién va a presentar ahora Bruce con los discursos más exageradamente divertidos que jamás se han oído sobre un escenario antes de dar paso a una descarga de rock y alegría que lava tus pecados mejor que un bautismo en el Mississippi? Ya he escrito cuatro veces la palabra «rock» en estas líneas. Eso va a ser que se ha muerto Clarence Clemons.

A mediados de los setenta el entonces crítico Jon Landau escribió un artículo que relanzaría la carrera de la banda y contenía una frase que terminó siendo mítica: «He visto el futuro del rock and roll y se llama Bruce Springsteen». Bruce, a su vez, durante estos últimos años, presentó a Clemons en los conciertos en alguna ocasión parodiando a Landau: «He visto el futuro de todo este jodido asunto y es el gran hombre Clarence Clemons». Nadie se va a atrever a ocupar su lugar entre los chicos de la Calle Este, y su ausencia a partir de ahora se hará tan notoria como lo fue su presencia hasta hoy. Va a costar volver a escuchar «Thunder Road» o el emocionantísimo crescendo de «The rising» sin sentir la tristísima certeza de que se empieza a cerrar una época. Sobre todo, insisto, va a costar volver a escuchar el solo de saxo que parte en dos mitades «Jungleland». Yo voy a hacerlo ahora mismo.