Oviedo, Eduardo GARCÍA

La torre gótica de la Catedral de Oviedo tiene una hermana mayor. Mayor en edad, pero mucho más pequeña en tamaño. Se diría que la «torre vieja» del complejo catedralicio vive a la sombra de la gran aguja y pasa desapercibida para un buen número de visitantes. es hora de volver a reivindicarla.

En su momento fue una torre exenta, de planta cuadrada y de más de veinte metros de altura. Hoy, sigue manteniendo su solera y una belleza que le viene de sus comedidas proporciones. Es una de las joyas del románico asturiano, elemento indispensable para entender la génesis del principal templo de la región, y el lugar desde donde durante siglos sonaron las campanas de la catedral, reloj de la ciudad y «noticiario» sonoro de los acontecimientos locales: cultos, muertos, fiestas y emergencias.

Allí repicó la Wamba desde 1219 (para los que les gusten las cifras, 139 centímetros de diámetro, 119 centímetros de alto y tres toneladas de peso). Es una de las campanas más antiguas de España, instalada ahora en la torre gótica y rajada por tanto tañir y por tanto tiempo haciéndolo. Suena poco fino pero suena a pesar de su bronce dañado sobre el que se puede leer una de esas inscripciones de poderío sagrado llena de resonancias: «Para dar gloria a Dios y libertad a la patria, Cristo truena, Cristo suena, Cristo vence, Cristo reina y Cristo impera».

El techo de la torre románica está horadado con decenas de agujeros, que se supone que era la infraestructura para la compleja red de cuerdas de las campanas. El campanero oficial vivía en el entorno catedralicio y debía conocer bien el uso litúrgico del bronce a través de sus sonoridades.

Desde el Tránsito de Santa Bárbara la torre, en su fachada sur, conserva su ángulo más favorecedor. Tres cuerpos esbeltos de «sillarejo libre, canterías en los esquinales y cercos en ventanas» como explica el responsable del Archivo Diocesano, Agustín Hevia Ballina. Hoy la torre ejerce de punto de encuentro y de zona de paso a través de unas escaleras que conectan la tienda de la catedral con la entrada al museo.

El historiador Carlos Cid Priego, en su estudio sobre la arquitectura románica de «El arte en Asturias a través de sus obras», editado en 1996 por La Nueva España, calificaba a la torre de «torre espléndida que encierra misterios de solución difícil o imposible». Uno de esos misterios nos llega desde la cubierta, con una estructura a juicio de Carlos Cid incluso apunta a una posible colaboración de constructores mozárabes.

¿Cuando nace la torre? No hay fecha exacta. Se la liga en el tiempo a la visita del rey Alfonso VI y a la apertura del Arca Santa. Eso fue en 1075, pero los historiadores la sitúan algo posterior en el tiempo. «La torre parece constructiva y estilísticamente posterior, de la segunda mitad del siglo XII».

El cuerpo central de la torre fue usado, muy probablemente desde su fundación y hasta el XIV, como primitivo archivo y aquí se guardó el mítico Libro de los Testamentos, otra de las joyas románicas, un movimiento -una cultura- que va más allá de las piedras.

El original del Libro de los Testamentos se guarda actualmente en el archivo diocesano, en Oviedo, y es un prodigio de buen gusto sobre pergamino. Data de principios del siglo XII, fue promovido por el obispo Pelayo -al que algunos también presuponen promotor de la torre- y es un conjunto de documentos de la diócesis local que aportan una valiosa información de los oscuros años del medievo. Llegó hasta nosotros gracias a una encuadernación del XVI, con tablas de madera cubiertas de cuero repujado, pero sobre todo gracias a ese «cofre» pétreo que fue y es la torre románica de la catedral.

Pasa a la página siguiente