En el «reinado» de Gerard Mortier en la dirección artística del teatro Real casi nada se deja al azar. Con el belga, ingenuidades las justas. Cierra ahora su primera temporada al frente del coliseo madrileño y lo hace a lo grande, con un doble programa en cartel que resulta inaudito en medio del vendaval de la crisis que azota a las temporadas líricas españolas con la concatenación de dos títulos de gran formato a lo largo de este mes. Dos obras que él ha querido presentar como un espejo en el que confrontar distintas sensibilidades. Por una parte su apuesta de futuro a través de la ampliación del repertorio con propuestas audaces en todos los ámbitos y por otra un título tradicional, con la reposición de un montaje propiedad del teatro.

Sin embargo no creo que ese objetivo de contraste entre la «Tosca» de Puccini y el «San Francisco de Asís» de Messiaen fuese tan fuerte como pudiera pensarse a priori. Sobre todo porque ni el enfoque escénico de «Tosca» es demasiado tradicional ni el de «Saint François d'Assise» tan rompedor como Mortier vendió en un esfuerzo constante durante meses. Ambas son obras de calidad, una de ellas quizá entre las cinco más populares del repertorio, y otra de una gran fuerza dramática y excepcional calidad musical, si bien más cerca de un oratorio de carácter místico que de una representación operística al uso, más aún en las condiciones en las que se ofreció su estreno escénico en Madrid.

Vayamos por partes. «Tosca» se representó en la conocida coproducción entre el Real y la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera firmada por Nuria Espert. La actriz y directora de escena española, que acaba de anunciar que este será su último trabajo como directora de escena lírica, apostó por dar una vuelta de tuerca a la obra de Puccini, siempre desde un respeto impecable a la dramaturgia de la misma. Viró lo que podríamos llamar el «eje del mal» de la obra hacia ámbitos más centrados en el peso de la religión y «vaticanizó» la acción. De este modo los símbolos religiosos están presentes a lo largo de los tres actos, con especial énfasis en el segundo presidido por un gran crucifijo al que Floria Tosca arroja una copa de vino rabiada y enajenada tras asesinar a Scarpia, descreída de todos los valores en los que tanto se apoyó y que de nada le sirvieron en los momentos más dramáticos de su vida. Es un golpe de efecto que funciona teatralmente muy bien como todo el trabajo de la Espert. No mantiene el mismo impacto la escenografía de Ezio Frigerio, que se ve desfasada y acartonada y que resta méritos a la presentación actual de la producción. En el estreno de la obra Renato Palumbo dejó ver su profundo conocimiento del repertorio pucciniano con una versión tensa y dramáticamente perfecta sobre la que transitó un reparto de estrellas al que le sobraron medios vocales y le faltaron emoción y empeño interpretativo. Violeta Urmana, Marco Berti y Lado Ataneli fueron un trío efectista de mucho quilate vocal, pero con poca chicha escénica y esto en «Tosca» es un lastre más que notable. Al final, en los saludos, un grupo de espectadores abucheó a la Espert mientras otra parte del teatro braveó su aparición en el escenario con intensidad. No tiene límites la miseria y la estulticia de algunos. Se despedía de la lírica la que es una leyenda de la escena europea, una actriz y directora de escena con aportaciones esenciales al mundo teatral español. Esas protestas, en el fondo, no consiguieron empañar el respeto y la admiración de la legión de admiradores del gran talento de la Espert.

Y del Real, al día siguiente, excursión a la Casa de Campo, al Madrid Arena, para navegar por ese extenso fresco religioso con el que Olivier Messiaen buscó transmitir el legado espiritual de San Francisco de Asís. El reto para el Real era inmenso y lo superó con creces en varios apartados, especialmente en lo que al aspecto musical y la organización y logística en general se refiere. Quizá estas funciones hayan estado concebidas como un embrión hacia un gran festival de verano en la capital española. Ahí ya el tiempo desvelará la incógnita.

La apuesta por el «San Francisco de Asís» de Messiaen está lastrada, a mi modo, de ver, por el empeño en trasladar al Madrid Arena una producción que no va más allá de ser un espectáculo semiescenificado carente de valores dramatúrgicos destacados. Más allá de la colorista gran cúpula poco más se aporta. La instalación de Emilia e Ilya Kabakov impacta de entrada, pero su efecto se diluye muy rápidamente y la disposición escénica de Giuseppe Frigeni tampoco se puede decir que sume excesivas virtudes. No entiendo el enorme gasto derivado de realizar todo el traslado para unos resultados que hubieran sido notablemente mejores dentro del teatro. En definitiva, un dispendio bien alejado del ascetismo franciscano. Afortunadamente, la adecuación acústica del espacio fue sensacional y en este ámbito precisamente se asentó el éxito de una producción que levantó al público de sus asientos con entusiasmo al final de la misma.

La espectacular SWR Sinfoniorchester de Baden-Baden y Friburgo -una de las formaciones europeas de primera división que son habituales del ciclo de conciertos de nuestro auditorio Príncipe Felipe- propició bajo las órdenes de Sylvain Cambreling una versión mayúscula de la obra. La sutileza de la orquestación de Messiaen, sus texturas vigorosas brillaron con énfasis y rigor expresivo con un trabajo muy bueno de los coros «Intermezzo» -titular del Real- y el de la Generalitat Valenciana. Un buen reparto defendió el título con garantías, especialmente Alejandro Marco-Buhrmester como San Francisco o Camilla Tilling encarnando al ángel. Lástima que no se pudiese presenciar un trabajo escénico de calado porque una obra de estas especiales características merece algo más que un acercamiento tan pobre y esquemático en este ámbito. De hecho otros acercamientos recientes a la obra en otros teatros europeos tienen mayor entidad. Mortier debe estar más que satisfecho con el éxito de su gran iniciativa estrella, si bien en momentos económicos tan duros para este país tendría que imponerse una reflexión sobre la necesidad de estudiar a fondo este tipo de proyectos «extramuros» del Real hacia propuestas que requieran de verdad un recinto de estas características. De lo contrario no dejan de ser fuegos artificiales pagados con dinero de los impuestos de todos los españoles. Asunto este muy serio y que debiera ser tenido en cuenta de manera prioritaria.