Oviedo, Eduardo GARCÍA

A Yolanda Fernández Díez la preocupan el cambio climático y la crisis energética. Como a (casi) todos. Esa preocupación la llevó hasta la ciudad británica de Nottingham a trabajar en su Universidad, en el Centro para la Innovación en la Captura y el Almacenamiento de Carbono.

Yolanda Fernández tiene 30 años, se formó en Asturias, se licenció en Químicas, pasó por las manos académicas del profesor Gotor, hoy rector, leyó en Oviedo su tesis y trabajó en el Instituto del Carbón (Incar), con el CO2 como principal asunto de investigación.

El laboratorio de Nottingham, dependiente del departamento de Ingeniería Química y Medioambiental, está dirigido por una española, la profesora vitoriana Mercedes Maroto. Ella y Yolanda -nacida en León pero asturiana de formación académica- forman parte de un equipo multidisciplinar y multilingüístico en el que conviven nigerianos, italianos, británicos y hasta chinos.

Lo suyo es buscar alternativas al tratamiento más conocido del CO2, el almacenamiento subterráneo, también conocido como almacenamiento geológico. Y esa alternativa se llama fotosíntesis artificial. La Naturaleza marca las pautas.

Se trata de que mediante un proceso fotocatalítico, muy parecido al de la fotosíntesis natural de las plantas, no sólo se pueda reducir ese malvado CO2 de la atmósfera, sino reconvertirlo en otros productos químicos no contaminantes que tengan diferentes usos. Por ejemplo, en metano o en metanol.

Para llevar a cabo esa fotosíntesis artificial hacen falta agua y luz, ingredientes que aporta la Naturaleza. El hombre se encarga de poner el catalizador. La vía alternativa en la que está trabajando el equipo en el que se integra Yolanda Fernández es novedosa. Ella misma confiesa que, por el momento, mejor no lanzar las campanas al vuelo.

«Las conversiones de CO2 todavía son muy bajas. Los primeros experimentos del proceso de fotorreducción datan de los primeros años de la década de los ochenta, y es ahora cuando se empieza a avanzar» de forma significativa.

Las trincheras frente a la contaminación son amplias. Primero, frenar el aumento mundial de emisiones de dióxido a carbono a la maltratada atmósfera. Y para eso están los protocolos internacionales (otra cosa es que se respeten). Segundo, qué hacer con el CO2 emitido. En el Incar, centro asturiano dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), se trabaja desde hace años en una línea de captura y almacenamiento geológico con una planta piloto que está dando mucho juego.

La cosa es sencilla -sólo en apariencia-: se captura (y para eso hay muchas tecnologías diferentes), se transporta y se almacena. ¿Dónde? Bajo tierra; por ejemplo, en minas abandonadas. «Pero hay que preguntarse cuál es el efecto futuro del CO2 bajo tierra y qué pasaría si esas condiciones subterráneas se ven afectadas, por ejemplo, a causa de un terremoto», señala la investigadora. Si somos capaces de reconvertir el CO2, se ganaría en seguridad, pero también en recursos añadidos.

Reutilizar el CO2 no es fácil porque, explica Yolanda Fernández, romper las moléculas de dióxido de carbono requiere mucha energía, lo que por el momento resulta poco rentable. «El principal objetivo es mejorar la transformación de esa molécula de CO2, un proceso complejo» que llevará su tiempo.

Complejo pero apasionante. Se puede explicar: para llevar a cabo la fotosíntesis artificial los investigadores utilizan un fotocatalizador de óxido de titanio, que tiene un grave problema: sólo se activa con luz ultravioleta, es decir, menos del cinco por ciento de la luz solar. «Estamos estudiando la manera de conseguir que el óxido de titanio sea capaz de activarse con luz visible», lo que supondría aprovechar esa radiación solar en un 45%. Yolanda Fernández reconoce que «todavía queda un gran camino por recorrer en este campo», pero las posibilidades técnicas se vislumbran. Hay tiempo porque, como señala la astur-leonesa, «los efectos del cambio climático no van a ser de hoy para mañana; así que mejor no caer en el alarmismo». Por el momento todo el mundo tiene claro que los combustibles fósiles son finitos y que las energías renovables son el futuro.

Yolanda Fernández Díez recibió el pasado mes de julio el premio Azsa 2011 por su trayectoria investigadora. En Nottingham trabaja a partir de una beca posdoctoral del Plan de Ciencia, Tecnología e Innovación del Principado (PCPI).