Oviedo, Pablo ÁLVAREZ

Un simple análisis de saliva permite detectar la depresión de forma precoz y conocer con antelación los efectos de los fármacos, e incluso si éstos pueden provocar algún efecto adverso. Ésta es una de las novedades difundidas en el XV Congreso nacional de psiquiatría que hoy concluye en Oviedo, cuyos detalles fueron expuestos a este periódico por Manuel Bousoño, profesor titular de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo, y Juan Gibert Rahola, catedrático de Farmacología de la Universidad de Cádiz.

Ambos expertos subrayaron los avances registrados tanto en el conocimiento de los mecanismos de la depresión como en las terapias disponibles, que a menudo combinan aspectos farmacológicos y psicológicos. Los citados tests de ADN, aún infrecuentes, tienen un coste elevado -por 1.450 euros los comercializa uno de los laboratorios presentes en el congreso psiquiátrico de Oviedo- y sus resultados están en poder del médico en un plazo de diez días hábiles. Como principal ventaja, permiten instaurar tratamientos personalizados en función del perfil genético del paciente. Se da por supuesto que una vez que su empleo se generalice disminuirá su coste.

«Dos tercios de los enfermos que recurren a estas pruebas van a mejor», indica el profesor Bousoño, quien destaca la relevancia de un diagnóstico temprano. «No es lo mismo detectar una depresión que lleva ocho semanas de evolución que una que lleva dos años. Con tratamientos precoces evitamos que aparezca lesión cerebral. Si tardamos, la eficacia es todavía baja», añade.

Gibert y Bousoño enfatizaron la relevancia de un estudio recientemente publicado por el profesor catalán Francesc Artigas en la revista «Molecular Psychiatry». El trabajo consiste en el desarrollo de una terapia génica, probada en ratones, para el tratamiento de la depresión. Se basa en la inhibición de la expresión de una proteína, el receptor de membrana 5-HT1A, situada en la superficie de las neuronas encargadas de sintetizar la serotonina, un neurotransmisor implicado en el control de los estados de ánimo.

Este hallazgo afianza algunos de los conocimientos de las bases biológicas de la depresión. Juan Gibert lo explica mediante metáforas ilustrativas. «El cerebro funciona a base de unas sustancias químicas, los neurotransmisores, que son como unos carteros que transmiten la información de una neurona a otra y depositan esta información en unos buzones que son los receptores. En la depresión, por las razones que sean, dejan de fabricarse determinados factores de crecimiento celular en una zona muy importante del cerebro, el hipocampo, que es el bibliotecario del cerebro y organiza la memoria y las funciones cognitivas del cerebro. Cuando se sufren varios episodios depresivos, la falta de este factor de crecimiento se agudiza y esa zona del cerebro va atrofiándose. Uno de estos buzones, de estos receptores, está muy relacionado con la depresión».

El profesor Artigas y su equipo han constatado que ratones que carecen de este receptor tienen un comportamiento depresivo parecido al de los humanos. «Se ha visto que los fármacos que estimulan este receptor tienen unas propiedades antidepresivas porque favorecen la formación de este factor de crecimiento», señala el catedrático de Farmacología, quien agrega que esta investigación «puede contribuir a la mejora de los test genéticos».

Manuel Bousoño atesora una amplia experiencia en el tratamiento de la depresión, un trastorno que a menudo cursa de forma paralela a la ansiedad, si bien se trata de «entidades independientes». Según el psiquiatra asturiano, «los síntomas nucleares de la depresión son la tristeza vital, causada por la enfermedad, no por causas ajenas; la pérdida de interés por cosas que habitualmente interesan (anhedonia), y la pérdida de energía». También existe «un buen número de síntomas accesorios: ansiedad, insomnio, hipersomnia, alteraciones del apetito y de la atención...».

Juan Gibert anota una característica: «La vulnerabilidad al estrés, la escasa resistencia al estrés». Y matiza: «En un principio se pensaba que la depresión se debía al estrés. Esto es relativo. Hay muchas depresiones que sí están relacionadas con el estrés, pero no todas. Lo que sí es evidente es que una persona depresiva tiene poca resistencia al estrés».

El catedrático gaditano señala un ejemplo: «Una persona que está deprimida llega a casa, quiere ducharse, no funciona el calentador y no es capaz de reaccionar y llamar al fontanero. Una persona sana puede enfadarse, incluso llorar, pero luego reacciona y llama al fontanero».

La prevalencia de la depresión está aumentando -indica Bousoño-, sobre todo, por factores de carácter social: más soledad, menos apoyo familiar y social... El estudio español más reciente sitúa la prevalencia ligeramente por encima del 4 por ciento de la población general. Una de cada diez consultas en los centros de salud están motivadas por una situación de depresión. Dentro de la atención psiquiátrica, alrededor de la mitad de los pacientes son depresivos. Y eso no es todo. Ni mucho menos. «Se estima que no se diagnostican entre el 30 y el 50 por ciento de los casos», señala el profesor de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo, quien subraya la importancia de que «los médicos de primaria hagan un esfuerzo de identificación».

Un esfuerzo que Manuel Bousoño traduce en dos sencillas preguntas: ¿cómo valora su estado de ánimo en las últimas dos semanas? y ¿ha sido usted capaz de disfrutar de las cosas habituales en las dos últimas semanas? «En una consulta de primaria se resuelven aproximadamente el 80 por ciento de los casos», afirma el profesor de la Universidad de Oviedo. El 20 por ciento restante no responde a un primer tratamiento y debe ser derivado a los servicios de atención especializada.

«Las terapias psicológicas tienen una eficacia demostrada en pacientes con depresión leve o moderada. En depresiones graves, y en las moderadas también, los fármacos tienen una alta eficacia», subraya Bousoño. Y apostilla: «Lo ideal es combinar aspectos farmacológicos y psicológicos, aunque el tratamiento farmacológico aporta mucha mayor rapidez en la solución del cuadro. Con un antidepresivo, en dos o tres semanas el paciente está mejor, mientras que un tratamiento psicológico puede llevar meses».