Se cuenta de Sabina aquella anécdota de la azafata que se le aproximó en pleno vuelo para reprenderlo por encender el cigarro con la admonitoria «aquí no se puede fumar» y a la que le soltó, junto a la bocanada de humo en el careto, un «sí, sí que se puede, mire». Una, claro, hablaba de lo permitido. El otro, de lo posible. Y es algo parecido, normas aparte, a lo que acaba de suceder con el cese de José Luis Cienfuegos al frente del Festival Internacional de Cine de Gijón. Efectivamente, es posible, en el sentido de que pueden hacerlo, y lo han hecho; es factible apear a Cienfuegos de los mandos del certamen. Lo que no parece es que sea razonable.

En el folleto del último Festival de Cine y desde su «saluda» inicial, reflexiones otoñales aparte, el nuevo concejal de Cultura ya había aventurado, entre líneas, el dramático cambio de rumbo. «El Ayuntamiento de Gijón», escribió, «pondrá todo su empeño para que su edición número 50 se convierta en una buena excusa para hacer memoria, celebrar su éxito y mirar al futuro con voluntad de continuidad y superación». Pero yo entendí que si, como se daba por hecho, iban a cesar a Cienfuegos para poner a Nacho Carballo, al menos dejarían que quien había llevado el festival hasta la excelencia soplara las velas del aniversario. Y luego, si no había más remedio, se fuera.

Al margen de que yo juzgue una terrible equivocación la defenestración de los buenos gestores, mandar al exilio el poquísimo talento asturiano que, como Cienfuegos, daba frutos en su tierra, o poner en su lugar a alguien cuya inquina hacia el director saliente es pública y notoria, creo que hay otra forma de hacer bien las cosas malas. Se puede llamar modelo de transición, política constructiva, juego limpio o, incluso, modales. Y no hablo sólo del festival de cine. En el fondo, no lo olviden, todo es forma. Y aquí, últimamente, sobra jaleo y falta decoro. Buena educación.