Docente y pedagogo, ex director del IES Padre Feijoo

Gijón, A. RUBIERA

Chema Castiello Costales (Gijón, 1952) llegó a la docencia con ánimo de transformación social y se marcha, ahora, con las mismas inquietudes o más, aunque canalizadas de distinta manera y peinando canas. Después de treinta y siete años de ejercicio profesional -siempre, dice, sintiéndose atraído por «la cara amarga de la educación, la de los alumnos con más dificultades»- le ha llegado el tiempo de jubilarse. Curtido en mil batallas y detrás de mil pancartas, Castiello se considera un producto «bastante típico» de los ambientes revolucionarios que abundaban en el Gijón de los años sesenta; inquietudes que en su caso mamó a la vera de García Rúa en la Sociedad Cultural Gesto. Fueron aquéllas experiencias vitales «que configuraron en un montón de gijoneses una cultura crítica y un sentido del ejercicio de la profesión que iba muy unido a una lucha de transformación social». Por eso nunca se ha considerado «un funcionario» sino «un activista social que trabajaba también en educación». Ha compaginado el trabajo docente con la participación en movimientos sociales y ciudadanos, ya fueran anti-OTAN, de implicación sindical -fue fundador de Suatea y acabó en CC OO-, de reivindicación de la escuela pública o de renovación pedagógica como el Grupo de Investigación «Eleuterio Quintanilla». Deja las aulas consciente de que «no existe ningún procedimiento de mejora social más importante que la educación. Por eso es tan importante que tengamos un buen sistema educativo».

-¿Cómo empieza en la docencia y cuándo llega a La Calzada?

-Hice Magisterio y trabajé en Ibiza, en el País Vasco, en Luanco... Vine a Gijón, a La Calzada, a trabajar con críos inadaptados, en educación compensatoria. Fue en el año 1984 y aquí he seguido hasta ahora. Primero me tocó implicarme en la reforma educativa previa a la Logse, en el Colegio Lope de Vega; a la vez hice la licenciatura en Pedagogía, me presenté a oposiciones de orientador y saqué la plaza en el mismo centro. Luego, en el año 1996 pasé al IES Padre Feijoo.

-¿Cuándo le dio por fijarse en los alumnos inmigrantes?

-En 1992 recibimos en el Lope de Vega a una familia marroquí. Nos llegaron cinco críos que eran todo un reto. Fue la primera vez que me enfrentaba a unos alumnos que no hablaban castellano y que te obligaban a pensar cómo ibas a poder llegar a ellos, educativamente hablando. Al calor de esta realidad creamos el grupo Eleuterio Quintanilla, para dar respuesta a este desafío.

-¿Diría que con esos alumnos se resolvió bien la escolarización?

-Para lo que sabíamos de aquella, lo resolvimos con notable éxito, aunque también hubo fracasos sonados. Uno de ellos, muy ilustrativo. Fuimos al Cares y el autobús no nos vino a buscar debido a un accidente. Así que a las 10 de la noche, estábamos en Poncebos intentando cenar. Nos dieron patatas fritas, huevos y chorizos. Hasta que alguien me dice: «Oye, que Mohamed no cena». Son pequeñas anécdotas que te conducen a tomar en consideración otros mundos y cosas tan elementales.

-¿Se ha aprendido mucho desde entonces?

-Estudiamos el caso de estos alumnos, pasados algunos años, y vimos cosas dignas de tener en cuenta. Esos chicos eran amigos de todos los de su clase, pero nunca habían ido a ninguna casa de críos españoles, ni los españoles a la de ellos. Es así como ves que incluso en los casos de mejor integración, hay límites. Por eso hay que reflexionar mucho sobre los procedimientos de integración y de socialización de los alumnos, y trabajarlos. También se dan situaciones de dificultades de convivencia, de integración y de relación entre los naturales del país, y en eso también hay que pensar.

-¿Cómo deja la educación pública?

-Creo que me marcho en el momento en que más medios y mejores condiciones materiales tenemos de trabajo. El cambio en el país en los últimos años ha sido muy notable, y ha llegado al mundo educativo: lo ha sido en medios y en inicio de procedimientos de atención a los alumnos que presentan problemas en su escolarización. Es un momento muy rico de innovación, de experimentación, de recursos y de consideración.

-¿De consideración social?

-Estamos empezando a pensar en la trascendencia social de la educación. Ha habido unos años en que esto de la educación no estaba de moda; lo que pitaba era el famoseo, los programas del corazón y la estupidez más notable; pero en los últimos años se ha conquistado una cierta conciencia de que a esto hay que prestarle los recursos necesarios, darle los apoyos y la estima social necesarios. Aún no lo hemos conquistado, entre otras cosas porque los docentes tienen muy poca presencia pública, su discurso aún está muy poco presente en la sociedad. Pero creo que se están dando las condiciones para que eso se pueda producir. Aunque hay riesgos.

-¿Qué riesgo vislumbra?

-Que se quiera ahorrar en educación. Entonces el daño será notable.

-Pero las estadísticas refrendan que los menos formados y sin titulaciones básicas son los más afectados por el desempleo. ¿El alumno es consciente de eso?

-Es cierto que se ve que están sufriendo más las personas que carecen de título, pero el problema de algunos jóvenes es que son resistentes al sistema escolar. No ven que sea un medio que les permita construirse.

-¿Es un colectivo grande?

-Decir, como se dice, que en España tenemos el problema de tener nivel educativo bajo es una estupidez. Tenemos más titulados universitarios que Francia, que Alemania o que Inglaterra; de hecho, hay una fábrica de titulados superiores a pleno rendimiento. Donde tenemos un problema es en la Enseñanza Media y Profesional, es ahí donde este país viene padeciendo decenios de generaciones sin formación, entre otras razones porque hay unos sectores sociales que en los sesenta y setenta no accedieron a los estudios y que son los padres y abuelos de muchos alumnos que hoy también son resistentes al sistema. Pero esos alumnos son una minoría. Pero, eso sí, son un sector presente, descorazonador, que nos hace sufrir a los docentes.

-¿Y qué posibilidades hay de hacer que sean aún menos?

-Afortunadamente, tenemos recursos para trabajar con ellos. Me da la impresión de que vamos a vivir condiciones más difíciles, si se cumplen las previsiones de crecimiento de la pobreza y el malestar social, y eso supondrá que uno de los primeros sitios donde se va a notar será en los centros de enseñanza. Porque los alumnos que vivan esas situaciones vendrán aquí con su malestar social. Y a eso habrá que hacerle frente.

-¿Cómo?

-Con todas las iniciativas que se nos ocurran. Por ejemplo, teniendo los centros abiertos por la tarde. Habrá que ahorrar en algunas cosas y gastarla en otras, como la actividad de las tardes para que esa contribución que ahora hacen las familias a las clases particulares, para que sus hijos progresen, sea asumida por los centros a base de aulas abiertas, estudios asistidos, bibliotecas a disposición de todos... Los centros tienen que tener capacidad suficiente para que si la crisis golpea a sus alumnos, se construyan recursos que den respuesta. En el IES Feijoo, por ejemplo, ya trabajan dos ONG por las tardes; les pagamos y vienen a hacer estudio asistido; también está en marcha un banco de libros... Esas experiencias habrá que aumentarlas.

-Es la suya una generación de profesionales con un claro activismo social a la que no se ve relevo. ¿Cómo lo lleva? ¿No da pena?

-Es cierto, nos estamos jubilando todos los de una generación que crecimos muy influenciados por movimientos juveniles, culturales, de protesta y crítica a la sociedad en la que vivíamos y de lucha por el cambio. Es posible que ahí haya habido un salto sin relevo. Pero hay nuevas lecturas. También hubo una generación desencantada que hizo muchos discursos sobre lo mal que estábamos. Ahora se hacen menos discursos y se hace más reflexión sobre cómo solucionar los problemas con los que nos encontramos. Eso, para mí, supone una riqueza. Yo, en concreto, me voy de un centro con una plantilla extraordinaria, crítica y creativa.

-Otro Gobierno y ya se habla de cambios educativos. ¿Cómo lo ve?

-Lo de «Educación para la ciudadanía» es una auténtica estupidez. Esa polémica, que no tuvo ninguna trascendencia en los centros, nació por el deseo de la jerarquía eclesiástica de meterse con el Gobierno de turno, así que esto de ahora no es más que intentar contentar a una jerarquía que debería mostrar un mayor compromiso social en los centros que están bajo su tutela. Esa sí sería una lección de cristianismo.

-¿Y la modificación de la ESO y el Bachillerato?

-No me atrevo a posicionarme; habría ver cómo lo hacen y qué quieren. Sólo digo que actualmente, ya en 3.º y 4.º de la ESO, se puede hacer elección de optativas que son una prefiguración de vías profesionales.

-¿Qué reforma llevaría a los centros si lo dejasen?

-La de introducir nuevos perfiles profesionales. En la coyuntura actual hace falta incrementar el profesorado de servicios a la comunidad, que pueda trabajar con los sectores más resistentes al sistema escolar, alumnos y también sus familias. También creo que los animadores socioculturales deberían tener encaje en los centros porque los docentes hoy estamos haciendo cosas que son de otros perfiles. Un ejemplo está en los viajes de estudios. Al docente le corresponde buscar el aprovechamiento didáctico de esos viajes, pero no llevarlos a las discotecas a las dos de la mañana. Y eso mismo se puede llevar a otros campos: aprovechar los recreos, actividades de tarde...