Siempre se definió a sí mismo como «tan sólo un gacetillero ilustrado», pero a lo largo de vida Juan Ramón Pérez Las Clotas (1923-2012) ha sido en realidad un maestro de periodistas reconocido de modo unánime. Comenzó como meritorio de «Voluntad», en Gijón; estudió en la Escuela de Periodismo de Madrid y fue redactor jefe y director de LA NUEVA ESPAÑA, además de promotor de la tertulia «Naranco», un revulsivo para el Oviedo cultural. También fue corresponsal en Lisboa y La Habana, y responsable de cargos ejecutivos en Prensa del Movimiento. Su último puesto en la cadena estatal fue el de director del santanderino «Alerta», del que fue destituido el 29 de octubre de 1982, al día siguiente de la gran victoria electoral del PSOE.

Pero lo que parecía el ocaso de su carrera profesional acabó siendo un mal trago del que se recupera por vía legal y mediante el apoyo efectivo de amigos y conocidos asturianos. Se jubiló como bibliotecario de la Universidad Laboral de Gijón, al tiempo que retornaba a LA NUEVA ESPAÑA con minuciosos artículos sobre la historia contemporánea de España. Desde 1994 fue firme apoyo en la edición gijonesa del periódico, mediante una «relación entrañable con Fernando Canellada y toda la redacción». En agosto de 2010 dictó sus «Memorias» a LA NUEVA ESPAÑA, que aquí se extractan.

De banderas republicanas al Sagrado Corazón.

«Mi padre, Víctor Manuel Pérez Prendes, estudió Comercio en Leipzig y Pforzheim (Alemania), pero su vocación era la política, y fue muy activo en el partido de Melquíades Álvarez, referencia de liberales y republicanos; pero la República fue la gran decepción. En noviembre del 31, con el debate constituyente y el famoso artículo 26 sobre las relaciones con la Iglesia, cambió totalmente el panorama. Lo que meses antes había sido euforia se convirtió en una actitud de enfrentamiento y las banderas republicanas fueron sustituidas por sábanas blancas con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Al llegar el Bienio Radical-Cedista, en 1934, Melquíades le ofreció a mi padre los gobiernos civiles de Salamanca o de Palma de Mallorca, para que fuese a crear allí el Partido Liberal Demócrata. Mi padre estaba ilusionado con la idea, pero mi madre le dijo: «Víctor Manuel, mira que ahora hay divorcio, así que elige, o la familia o la política».

Tres periódicos en casa. «Por la vocación política de mi padre, entraban en casa tres periódicos, cosa insólita en una familia de la época. Llegaba "El Noroeste", republicano y melquiadista; "La Prensa", informativo, y "El Sol", de Madrid. Comienza mi decantación por el periodismo y le planteo a mi padre ir a la Escuela de Periodismo de Madrid, pero él me dice que no, que debíamos tener una carrera universitaria. Entonces llegamos a un acuerdo: yo estudiaba dos cursos de Derecho y una vez que aprobase mi padre me dejaba ir a Madrid. Así fue, pero mientras estudiaba Derecho -en la Academia de Cimadevilla, de don Fermín García Bernardo-, también fui meritorio en el diario «Voluntad», del que era director Joaquín Alonso Bonet. Allí recibí casi toda mi formación, incluso más que la académica posterior en la escuela. Y la recibí de un redactor del que me acuerdo con mucho afecto: Enrique Prendes, "E. P.", que era capaz de hacer algo que nunca más he visto: se sentaba en una silla, colocaba los pies encima de la mesa y dictaba a dos personas simultáneamente: a mí, una crónica política, y a otro chaval, una crónica deportiva».

El coche de Cela y huevos para «Gilda».

«En la Escuela de Periodismo de Madrid fueron compañeros míos Eduardo García Marqués (padre del hoy periodista Eduardo García) y alguien que sigue siendo amigo entrañable, Rufo Gamazo. Años después, él sería director técnico de Prensa del Movimiento y yo fui subdirector con él. En Madrid conocí a Cela, porque paraba mucho en la librería Clan, de una asturiana. Cuando inició el viaje a la Alcarria, Cela montó el gran show y fuimos todos a despedirlo a la Puerta de Alcalá, ajumaos, creo recordar. Cela partió caminando, con la mochila, pero a los 200 o 300 metros tenía ya un coche preparado. En otra ocasión, en la escuela nos enteramos de que los jóvenes católicos iban a montar un show con la película "Gilda". Allí fuimos, a las puertas del cine, y recuerdo a tres de ellos: Carlos Paris, Robles Piquer y el padre José María Llanos, que tiempo después se fue al Pozo del Tío Raimundo y que aquel día dirigía la acción, tirando huevos a los carteles de la película. La Escuela de Periodismo que yo cogí estaba en su segunda etapa, la vaticanista, ya que la corriente falangista inicial, con Pedro Gómez Aparicio como gurú, estaba marginada. Lo que predominaba entonces era la Editorial Católica y el diario "Ya", los Propagandistas, y fue uno de ellos, Tomás Cerro, el que me manda al acabar mis estudios, en 1947, a "Región" de Oviedo». Voy después a "El Comercio", en Gijón, pero con su director, Adeflor, no hubo química. Yo cuidaba los aspectos formales, y él, que era muy incisivo, decía: "Sí, hombre, sí, ye un buen escaparatista". «Me llama Paco Arias de Velasco a LA NUEVA ESPAÑA y voy para allá echando leches. Me encuentro allí cuatro periodistas que eran la modernidad, porque aquel ya no era el periódico épico de la posguerra. Eran los hermanos Cepeda, José Antonio y Luis Alberto; Manolo Avello y Eugenio de Rioja».

Paraguas protector.

«Paco se daba cuenta de que había que cambiar, y a la vez el periódico empieza a convertirse en vivero de jóvenes periodistas: Diego Carcedo, Graciano García, José Luis Balbín, Javier de Montini, Juan de Lillo o Nacho Artime, y con ellos el revolvín y estimulante Vélez, que siempre traía noticias. Se produce entonces una inflexión en la historia del periodismo asturiano, pero justo es reconocer que al lado de ese grupo estupendo de modernizadores hay un grupo de corresponsales muy estimable: Lorenzo Cordero, Agustín Guache Artime, Luis Arrones, César Álvarez o Constantino Rebustiello. LA NUEVA ESPAÑA dejó de ser un medio propagandístico para ser más periódico, y todo ello bajo el paraguas protector de Paco, que salía a defendernos permanentemente, porque, claro, nosotros jugábamos a sobrepasar los límites».

Un revulsivo cultural.

«Creamos la tertulia "Naranco", en el café Cervantes de la plaza de la Escandalera, y en ella aprendimos mucho, porque estaban tres personas verdaderamente maestras: Jesús Cañedo y Eduardo García Rico (que nos pusieron en contacto con la literatura contemporánea), y Felipe Santullano, que organizó unas exposiciones estupendas, modernísimas, que escandalizaban a Oviedo. No me apunto yo el tanto de aquella tertulia, sino que se lo apunto al periódico, pero era yo el que procuraba moverla. Una de las exposiciones que prepara Santullano está dedicada al grupo "El Paso", y también monta individuales de Antonio Suárez o de Rubio Camín en la Universidad, con la anuencia de Torcuato Fernández-Miranda, que nos dejaba un aula. La tertulia "Naranco" fue un revulsivo cultural en Oviedo y algunos de sus actos creaban escándalo, por su vanguardismo. Nos respaldaban unas pocas personas, como don Pedro Quirós o don Pedro Caravia».

En el día de su octogésimo cumpleaños, el 23 de octubre de 2003, Juan Ramón Pérez Las Clotas recibió el afecto de numerosos amigos y conocidos durante un encuentro en el que participaron los miembros de la tertulia de la que formó parte en sus últimos años, hasta que la enfermedad se lo impidió. La tertulia, que se sigue reuniendo todos los viernes el hotel Asturias de Gijón, experimentó ayer el vacío que ha dejado Juan Ramón, un conversador ameno y afectuoso, cuya vida estaba plagada de interesantes experiencias. En la foto, la reunión de amigos, delante de la Casa Natal de Jovellanos.

Actitud provocativa.

«En el ambiente político de aquellos años los falangistas habían desaparecido de la circulación, ya que en la ciudad se imponían la oligarquía y los señores notables de Oviedo. En ese ambiente LA NUEVA ESPAÑA era un incordie. Recuerdo la anécdota de la multa municipal que me pusieron por ir en mangas de camisa por el Campo San Francisco, situación que deliberadamente provocamos en el periódico. Fueron años no fáciles, pero gratos, y me siento en parte ovetense. Y el periódico era también una tertulia, de modo que al terminar en el Peñalba los tertulianos pasaban por la redacción, y nos visitaba todos los días Víctor García de la Concha».

Intención de miura.

«En el periódico no seguíamos las consignas informativas que venían de Prensa del Movimiento, es decir, las trabucábamos. Así que cuando llegaban yo cogía una goma de borrar y unas tijeras y, cambiando el orden de los párrafos, les daba un sentido distinto. Eran consignas sobre política internacional y nacional, como que había que proteger las cosechas o consumir productos nacionales. Hombre, había lo de siempre, como aquella anécdota de un redactor que dice: "No tengo ningún tema, ninguna noticia, ¿de qué hablo?". Y la respuesta era: "Pues nada, palo a Rusia". Respecto a los gobernadores civiles, Francisco Labadie Otermin era un hombre cordial, liberal, que dejaba hacer al periódico y no incordiaba. Deja el Gobierno Civil con los últimos vahídos del falangismo populista y le sustituye Marcos Peña Royo, que fue quien determinó mi primer cese y salida de Oviedo cuando publicamos una foto en la que entregaba a un hijo suyo un premio de un concurso de twist. Aquello coincidió con las huelgas mineras de la época y la verdad es que la foto llevaba una intención de miura».

Don Juan tensa el rostro.

«Tras el cese como redactor jefe, me enviaron a Valladolid, a dirigir un periódico fantasmal, "Libertad". Mientras tanto, en Oviedo, el objetivo, más que yo, era Paco Arias, al que finalmente defenestraron de un modo absolutamente miserable. Me habían llevado a Valladolid para marginarme, pero me traen insólitamente de nuevo a Oviedo, a dirigir LA NUEVA ESPAÑA, aunque duré pocos meses. Después de Paco creyeron que yo iba a ser una solución, pero no les resultó el juego. El gobernador, Mateu de Ros, era incómodo, antipático con el periódico. Salí de Oviedo y Alejandro Fernández Sordo, delegado nacional de Prensa, me ofrece ir de corresponsal a Lisboa. Vi el cielo abierto. Lisboa era una ciudad apacible y gratísima, aparte de bellísima, que, no obstante, solapaba una cruel guerra civil en Mozambique y Angola; pero lo que tenía más significación era la presencia en Estoril de la Casa de don Juan. El día que me presentaron a don Juan le dijeron que yo era el nuevo corresponsal de "Arriba" y noté que se le tensaba el rostro: "Hombre, me alegro, pero quiero hacerte una advertencia: mis puertas están abiertas a todo el mundo y espero que no hagas lo de tu antecesor". Quedé paralizado un momento. "Él se subía a los arboles de Villa Giralda a sacarnos fotografías y a espiarnos con unos prismáticos", agregó. "A ese extremo yo no llego", le tranquilicé».

Rodeado de espías.

«Fui corresponsal en Cuba en 1969 y aquello surgió de un intercambio entre "Efe" y la agencia "Prensa Latina". Entendieron que yo era la persona adecuada: soltero, que no iba a plantear complicaciones; hombre abierto, que no iba a ser ni un integrista ni un seducido. Nada más llegar a La Habana, el encargado de negocios (no había embajador) me advierte: "Va a estar sometido a un cerco; todo lo que haga o diga estará controlado minuciosamente por el régimen cubano". Me alojaron en el hotel Habana Riviera y comencé a observar cosas raras: por ejemplo, empezaron a esperarme a la puerta del hotel personas extrañas. Una de ellas me trajo discretamente el original de una novela anticastrista para que se la sacase del país. Aquello me escamó y descubrí que era un cebo, como lo habían sido otros en los que tampoco había picado. En la Embajada interpretaron que lo del libro era ya un cerco muy claro. Recuerdo que me llevó hasta la misma escalerilla del avión el secretario de la Embajada, Rafael Spottorno, hoy jefe de la Casa del Rey».

Agradecimiento de Anguita.

«Volví a Madrid como subdirector técnico de Prensa del Movimiento, y fueron sucesivamente directores Félix Morales y Rufo Gamazo. Los nuestros no eran cargos políticos, sino prácticos; realizábamos estudios sobre los periódicos o propuestas de nombramientos de profesionales. Llega la democracia y en principio no tuve problema ninguno con UCD. Me envían a sustituir al director de "Córdoba", que estaba enfermo. Allí estoy unos meses, y la etapa tuvo una especial significación, porque se celebraba en Córdoba el primer congreso del PC después de la guerra. Al terminar el congreso vino a verme Julio Anguita al periódico, a darme las gracias, y me regaló un libro sobre patios andaluces».

Un Valium diario.

«Me dan otra misión similar en "Alerta", de Santander, donde se jubilaba el director. Aquello fue horrible: nada más llegar me recibieron de uñas y me di cuenta de que aquello no iba a ser cómodo en absoluto. Salvo dos o tres personas, todas las demás se pusieron en mi contra. Era una redacción muy volcada a la izquierda y me reprochaban manipular el periódico. La manipulación consistía en que, por ejemplo, los teletipos hablaban de "un comando de ETA" y yo ponía directamente "la banda ETA". Pues fue a mi despacho el comité de empresa y me lo recriminó. Antes de entrar cada día en la redacción me tomaba un Valium».

Apoyo moral y efectivo.

«Fue una etapa penosa que terminó mucho más penosamente todavía: al día siguiente de que el PSOE ganara las elecciones de 1982 fui fulminantemente cesado. Me transfieren como funcionario adscrito a la conserjería de la Lotería Nacional, a repartir llaveros, loterías y barajas. Aquello era una vejación y, además, me rebajaron el sueldo y la categoría. Me encuentro con que a mi edad y con mi ejecutoria nadie me va a dar un empleo de periodista; pero ahí tuve el apoyo moral y efectivo de personas que siempre quiero citar. Pedro de Silva, presidente del Principado, que hizo gestiones en Madrid, y el periodista Manuel Fernández, que fue el que hizo la gestión con Pedro, a quien yo no conocía. Francisco Álvarez-Cascos también me dio su apoyo y me ofreció alguna colaboración. A todo esto, yo había planteado un pleito, que gané, y recuperé la categoría y el sueldo, pero sin opción profesional alguna. Me encuentro un día con Obdulio Fernández, delegado del Gobierno del PSOE: "Yo te buscaré una función digna". A los dos días me recibe generosísimamente Viliulfo Díaz, rector de la Universidad Laboral: "Puede no disgustarte una plaza de auxiliar de biblioteca". Y allí estuve hasta la jubilación».

Compensaciones.

«Recibí también adhesiones y apoyos del mundo periodístico, y la intervención generosa de José Manuel Vaquero, que me ofreció las páginas de LA NUEVA ESPAÑA. En ellas publiqué una serie de artículos sobre la Guerra Civil que me vinieron muy bien, y bajo la óptica de ser fiel a la historia. La colección de libros que formé durante años sobre esa materia la cedí con gran satisfacción hace poco a la biblioteca del campus universitario de Gijón. Y Graciano García, director de la Fundación Príncipe de Asturias, me incorporó a los jurados de los premios, lo que significó para mí una cierta compensación de los malos momentos. Fue una especie de premio que le debo a Chano. Tras jubilarme, me llamó de nuevo Vaquero y me puso en contacto con Fernando Canellada, en 1994: "Llega este compañero a poner en marcha LA NUEVA ESPAÑA de Gijón; échale una mano". Y ahí se establece una relación entrañable con Fernando Canellada, persona de enorme talento periodístico, y con toda la querida redacción de Gijón. No he recibido ninguna condecoración u honor del franquismo, pero he de decir que debo mi carrera profesional a mi trabajo y a las circunstancias del régimen, y que no he abdicado de mis banderas. Por lo demás, tan sólo he sido un gacetillero ilustrado».