El teólogo Andrés Torres Queiruga (Ribeira, La Coruña, 1940), ha manifestado y puesto por escrito en varias ocasiones que si por un prodigio de la arqueología el cuerpo de Jesucristo fuera hallado en una tumba de Judea su fe en la resurrección de Dios no se conmovería. Una afirmación de estas características, como si se tratara de una intrincada jugada dentro del área, habría que pasarla varias veces por la moviola, y para desentrañarla sólo a medias y, finalmente, de modo insatisfactorio. Y no sólo porque conculque el precepto del Credo católico en el que se reza: «Y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre»; y no sólo porque subvierte todo el conjunto de relatos neotestamentarios sobre las apariciones de Jesús tras su crucifixión y muerte; y no sólo porque Queiruga trata de «repensar» la resurrección: de dilucidar su grado de realidad, de materialidad, y hasta qué punto su cualificación es la de un hecho histórico (la Iglesia no lo duda ni un instante, pero la explicación de dicho «hecho histórico», singularísimo, único, es lo que ha empleado hasta el presente millones de folios que se resumen finalmente en una fichita con cuatro palabras: «Creer o no creer»).

Pues bien, Torres Queiruga acaba de recibir una «notificación» de la Conferencia Episcopal Española (CEE) por sus obras «Repensar la revelación», «Diálogo de las Religiones y autocomprensión cristiana», y «Repensar la resurrección». Continuando con el símil futbolístico, «notificación» vendría a ser sinónimo de tarjeta amarilla, y con la adenda de que «el profesor Queiruga siga clarificando su pensamiento y lo ponga en plena consonancia con el Magisterio de la Iglesia».

En términos prácticos, dicho documento y el consiguiente caudal de escritos de reacción o de adhesión nos han arreglado la inminente Semana Santa, privándola de silencio y llenándola de lamentaciones o jeremiadas. Y otra observación preliminar: el texto de la CEE abunda en el uso del término «distorsiones» teológicas para calificar la obra del interfecto. ¿Qué son tales cosas? Valga la ironía, pero van a tener razón los más rancios tradicionalistas cuando afirman que desde que la Iglesia abandonó el género escolástico se ha vuelto más confusa. Insistimos, es tan sólo una inocente ironía.