El siglo XIX fue un siglo de grandes viajeros extranjeros por España -basta pensar en Washington Irving, en Mérimé, Téophile Gauthier o en el George Borrow de «La Biblia en España»-, pero ninguno ha hecho un retrato tan vivo y a la vez profundo del país y de sus gentes como el ruso Vasili Petróvich Botkin, de cuyo nacimiento acaba de cumplirse el bicentenario.

Hay que felicitarse, pues, de la publicación de sus «Cartas sobre España» en una edición (1) al cuidado de Ángel Luis Encinas Moral, que se ha encargado de su excelente traducción al castellano y ha escrito un documentado prólogo que pone de relieve las estrechas relaciones y los contactos entre dos países en principio tan lejanos pero que tan decisivamente contribuyeron a la derrota de Napoleón Bonaparte.

Los periódicos y la intelectualidad de Rusia siguieron muy de cerca la guerra de guerrillas española contra el invasor galo, como seguirían más tarde las noticias sobre la represión por el rey Fernando VII de los levantamientos contra su tiranía, sobre todo el del general Riego, a quien dedicarían varios poemas, tras su ejecución, desde Pushkin hasta el poeta decembrista Kondratii Ryléyev, quien acabaría a su vez ahorcado bajo el zarismo.

Otros grandes escritores de aquel país se ocuparon también de España, y así Lermontov escribió un drama teatral titulado «La española», que se desarrollaba en Castilla aunque tratase de lo que ocurría en Rusia, mientras que en sus «Memorias de un loco» Nicolás Gogol presentaba a un enajenado que creía ser Fernando VIII, rey de España, a quien ingresan en un manicomio que confunde con nuestro país.

Nacido en el seno de una familia de un rico comerciante de té, y hermano del pintor Mijail Petróvich Botkin y del pionero de la moderna medicina rusa Serguei Petróvich, Vasili Petróvich Botkin (1812-1869) fue crítico literario, ensayista y traductor, además de viajero. Colaboró en importantes revistas culturales rusas con artículos sobre música, pintura y literatura.

Botkin estuvo en España del 11 de agosto hasta finales de octubre de 1845 y recorrió la Península de Norte a Sur: desde el País Vasco y Navarra hasta Andalucía, donde visitó Sevilla, Cádiz, Granada, Málaga y Gibraltar antes de pasar brevemente a Tánger.

A su regreso comenzó a publicar en la revista «Sovremennik» («Contemporáneo») sus «Cartas sobre España», que tuvieron tan buena acogida que decidió juntarlas en un libro.

Sorprenden hoy todavía esas cartas no sólo por su frescura, belleza narrativa, la descripción que hace de tipos y costumbres, y el profundo conocimiento que demuestran de nuestra historia, sino también, como señala acertadamente el prologuista, por la similitud que encontramos con la actualidad en situaciones y personajes que retrata: la anarquía de las instituciones, la corrupción y la insolidaridad entre regiones.

Botkin señala los vicios y defectos que encuentra en el carácter de los españoles, al tiempo que manifiesta una enorme simpatía por nuestro pueblo, por sus gentes sencillas, a las que ve como extremadamente generosas, hospitalarias, naturales y corteses.

Refiriéndose a lo que más tarde nuestro Ortega llamaría «La España invertebrada», Botkin denuncia, entre otros defectos, la falta de cohesión nacional; escribe por ejemplo: «España es ante todo un país de costumbres y especificidades municipales (?) Para el español resulta oscuro el concepto de la unidad estatal y la igualdad de derechos y obligaciones».

Y ¿no suenan también actuales estas palabras?: «Cataluña y las provincias vascongadas consideran hasta ahora el ámbito constitucional como a un despotismo. "Nos va bien, y a vosotros mal, dicen ellos a los españoles, queréis privarnos de la abundancia y obligarnos a compartir con vosotros vuestra pobreza».

O más adelante, cuando escribe : «En los días de peligro, otros pueblos se unen: los españoles, por lo contrario, se fragmentan, sus fuezas actúan por separado y en soledad. En verdad, la unidad de España nos parece hasta hoy un fantasma».

En España, señala Botkin, «permanentemente se hacen y rehacen las constituciones y nadie cree en ellas, se redactan las leyes y nadie se somete a ellas, se promulgan medidas y nadie les hace caso».

Una crítica constante a lo largo de toda la obra es la que hace al desapego de los españoles a la industria y al comercio, una de las causas de nuestro secular atraso: «Puede ser que en el mundo no haya un trabajador mejor que el español, pero éste sólo trabaja para tener lo necesario».

Y el ruso se pregunta por qué no se esfuerzan más que «algunos afrancesados del estamento medio» en ascender en la escala social : «¿Acaso no radica también en esto la razón por la que la ciencia, el arte, la industria y el comercio, todo cuanto sirve para aumentar la ambición de la gente, se encuentre aquí en abandono?»

Entre otras cosas, no entiende nuestro visitante la capitalidad de Madrid, una ciudad en medio de un desierto, lejos de todos los grandes ríos, cuya sola ventaja es, dice, ser la residencia del Rey y de la Corte. «Si trasladasen esta última a otra ciudad, Madrid se quedaría vacío», escribe.

Sin embargo, se declara maravillado por la naturaleza andaluza y sus ciudades como Sevilla -se dice allí fascinado por el arte de Murillo, al que prefiere frente a los «lóbregos» Ribera o Zurbarán- y sobre todo, Cádiz, de la que alaba sus «edificios bonitos, calles iluminadas, sorprendente limpieza», que hacen que parezca «más un juguete que una ciudad» y en la que encuentra un elemento «tan ajeno a la atrasada España como el comercio».

En Gibraltar, por el contrario, Botkin denuncia la proliferación del contrabando y el «clasismo de la alta sociedad» inglesa, y recuerda de su visita que los oficiales y sus familias eran «insoportablemente aburridos, sólo hablaban de ascensos y la etiqueta es terrible».

«Tras las costumbres españolas, penetradas por una exquisitez congénita, esta impostada y patrañera exquisitez de los ingleses parece una ridícula caricatura y una vulgaridad», añade.

Botkin se adelanta además a la sensibilidad actual al denunciar, tras su visita a Tánger, el tratamiento por los europeos de otros pueblos: «La civilización europea se jacta de sus valores humanos. ¿Por qué construye su camino mediante tan atroces violencias?»

«Bajo la altisonante palabra "humanidad", Europa agrupa en esencia, aunque no tenga conciencia de ello, solamente a los pueblos que han adoptado su civilización», critica.

La publicación, en el país que las inspiraron, de estas «Cartas sobre España» es un excelente acontecimiento cultural que podría servir, junto a la celebración este año, del bicentenario de tan ilustre viajero, para intensificar las relaciones entre dos países de la periferia europea que siempre han mostrado un mutuo interés por conocerse más a fondo.