Benicassim (Castellón)

Pepe RODRÍGUEZ

El gran nombre de la edición 2012 del Festival Internacional de Benicassim (FIB), Bob Dylan, salió al escenario Maravillas anteanoche cuando aún era de día, tocó un buen puñado de canciones memorables, se despidió y fue como si nada hubiese pasado.

La propuesta musical de este mito de la música popular del siglo XX no es la más adecuada para el formato de un festival de las características del de Benicassim, y eso fue algo que se notó desde el principio. La muchedumbre, mucho más numerosa que en la jornada del jueves, se agolpó para ver a la gran estrella, pero no lo hizo con la pasión con la que si recibió a artistas más jovenes y de moda.

Poco a poco, con una banda impecable y una interpretación de sus canciones más estándar de la que acostumbra, el viejo Dylan fue dejando de resultar interesante para una chavalería que, con un goteo constante, acabó yendo a ver como se las gastaban Little Dragon en el otro escenario.

Porque allí estaba la verdadera fiesta y el baile y, pese a quien pese, la calidad pura, la leyenda, la historia y todo el peso de un cantautor que puede decir, sin exagerar excesivamente, que ayudó a cambiar el mundo, no tiene su lugar idóneo en un festival veraniego.

Lo cual no deja de ser curioso cuando todos los demás triunfadores de la noche parten, en un sentido u otro, de lo que creó Dylan en los años sesenta. Porque es imposible entender el pop y el rock actual sin uno de sus padres, citado sin pestañear por sus hijos artísticos en sus diversas actuaciones nocturnas.

Así Miles Kane y The Maccabees se convirtieron en la referencia de la parroquia británica, deseosa de aplaudirles y bailarles hasta los discursos. Ambos conciertos fueron tremendamente poderosos. Estuvieron partidos por la mitad, pues Dylan no es un hombre para tocar a la una de la madrugada, como suelen los cabezas de cartel, pero dieron continuidad a una afición entregada a sus pop bailable.