El auditorio Kursaal de San Sebastián acogió el pasado domingo el estreno, dentro de la programación de la 74.ª edición de la Quincena Musical donostiarra, de la nueva producción de «La Traviata» de Giuseppe Verdi, con dirección escénica de la ovetense Susana Gómez en una coproducción de varios festivales y temporadas españolas: Festival de San Lorenzo de El Escorial, la Quincena de San Sebastián, el auditorio Baluarte de Pamplona, el Gran Teatro de Córdoba y la Ópera de Oviedo, donde se representará el montaje el próximo mes de octubre.

En San Sebastián, la función de estreno obtuvo un notable éxito de público, especialmente cálido con los intérpretes y con el trabajo realizado por el equipo escénico liderado por Gómez, quien fue obsequiado con rotundas ovaciones por parte de los espectadores que abarrotaban la sala sinfónica del Kursaal.

La propuesta escénica de la ovetense «enclaustra» la acción en un gran cubo de metacrilato que sirve de marco general a la acción en los diferentes actos, con tinte minimalista y sucintos elementos de atrezzo (Antonio López Fraga es el escenógrafo). Desde el punto de vista estético, este cubo es muy eficaz en la creación de atmósferas, aunque adolece de una iluminación poco definida y parca que lastra el resultado general. No se trata tanto de un trabajo de claroscuro como, quizá, de que el material no acaba de ensamblar todo lo que debiera con un diseño de luces bien ideado por parte de Alfonso Malanda que puede y debe dar más de sí en futuras reposiciones de la obra.

Ante un marco escenográfico de tintes abstractos, el vestuario se convierte en elemento dramatúrgico protagónico. Gabriela Salaverri diseña unos trajes para el coro que sirven para las diversas fiestas que el argumento desarrolla -ejemplo de austeridad- y que, a primera vista, parecen cercanos e inspirados en el modisto Charles James. El esplendor de la burguesía franquista es el marco de la acción -un tanto epidérmico, sin buscar mayores profundidades dramatúrgicas- y puede que ahí Balenciaga y otros diseñadores estuviesen más cerca de personajes como la marquesa de Llanzol, Sonsoles de Icaza y León, y otras socialités miembros de las familias adictas a la dictadura y que a su amparo amasaron y acrecentaron sus fortunas en aquel Madrid de tantos contrastes sociales.

Juntando las piezas del puzle, el trabajo final de Gómez funciona plenamente por la claridad narrativa en una economía de medios que le va muy bien a la historia, demostrando que, también aquí, menos es más.

En el apartado musical debe destacarse la muy buena versión musical de Pietro Rizzo al frente de la Sinfónica de Euskadi. Un trabajo, el suyo, brillante en el matiz y en el trazo musical de conjunto, bien cohesionado. El correcto trabajo del coro «Easo» y el magnífico resultado que obtuvo el elenco acabaron por cimentar de forma rotunda el éxito de la velada. La soprano Desirée Rancatore fue una Violetta Valery impactante en lo vocal, sobre todo en el primer acto, y construyó el personaje con fuerza y riesgo, aunque todavía deba interiorizarlo mejor desde el punto de vista interpretativo. José Bros cantó un Alfredo Germont magnífico desde todos los puntos de vista. Su interpretación, vibrante y emotiva, elevó el listón, lo situó en otra esfera, con el punto fuerte en esa dicción suya tan cuidada y exquisita. De igual modo, Ángel Ódena volvió a dejar claro que es uno de los barítonos verdianos a tener en cuenta hoy por hoy. Su Giorgio Germont, todo un alarde expresivo, una delicia de principio a fin.

El resto del elenco, entre ellos el también ovetense Miguel Ángel Zapater, cumplió con creces. Juntos lograron una función notable que encandiló al público.