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En el reconocimiento está la igualdad

Lesbianas, transexuales y feministas reivindican en Gijón, con motivo del Día de la Visibilidad Lésbica, "la necesidad de hacernos ver en los espacios públicos y sociales"

Ana Meluska, Irene Saavedra, Eva Irazu, Boti G. Rodrigo, Amanda Azañón y Yosune Álvarez, ayer, en el CMI Pumarín Gijón Sur. JUAN PLAZA

A Irene Saavedra no le gustan las etiquetas, pero cuando se define como activista siempre matiza que es lesbiana. "Es necesario para visibilizar una cuestión que es invisible". Corría el año 1986 cuando, con 18 años, en un pequeño pueblo de Ciudad Real, Santa Cruz de Mudela, reconoció públicamente que se sentía atraída por las mujeres. "Mis amigas se enamoraban de los chicos y a mí no me gustaba ninguno. Al principio no entendía qué me pasaba". Hasta que lo descubrió viendo cómo se explicaba una feminista lesbiana en un programa de televisión. Ayer participó en Gijón, en una jornada de conferencias y talleres organizada por Xega en el que rindieron homenaje al "Día de la Visibilidad Lésbica". Un encuentro bajo el título "Nosotras que nos queremos tanto" en el que las participantes recalcaron que "aún necesitamos hacernos ver en los espacios públicos y sociales".

Boti G. Rodrigo, expresidenta, de la FELGTB (Colectivo de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales), aún recuerda cómo "España era un cárcel" para este colectivo: "Se nos castigaba, encarcelaba o reprimía por el simple hecho de ser como somos". Por suerte, tres décadas después, todo ha cambiado, pero aún queda mucho trabajo por hacer. "En ámbitos rurales se paga un altísimo precio por asumir la realidad de pertenecer a nuestro colectivo", recuerda.

Aunque en la actualidad existe menos obstáculos para poder manifestar una condición sexual de forma pública, Boti Rodrigo aún recuerda las represalias que sufrían y que espera que no se vuelvan a repetir: "Vivíamos en una especie de limbo, una problemática de represión, que a las lesbianas nos mandaba a los conventos o matrimonios forzados y a mis amigos gays a los presidios, cárceles y a las palizas".

Igual de difícil fue para Amanda Azañón y Ana Meluska afrontar el proceso de transición de género. La primera de ellas lo retrasó incluso cuatro décadas. "Con cinco años, mi madre me pegó una bofetada enorme cuando me pilló con los labios pintados. Y ese mal trago retrasó el proceso cuarenta años". Ahora tiene 52, y hace un lustro inició el tratamiento transexualizador. "He sido persona por primera vez en mucho tiempo", reconoce. "Es muy angustioso, vivir como una mujer sin serlo, provoca depresión", añade. Con la transición de género, "una de las experiencias más gratificantes", ha cambiado su vida por completo: "Encuentras la felicidad en cosas muy pequeñitas, como puede ser simplemente tomar una taza de café. Es una maravilla".

"Mujeres transexuales que trabajan" fue el título de su intervención en el acto celebrado ayer en el Centro Municipal Integrado Pumarín Gijón Sur. Amanda Azañón vive en la localidad abulense de Las Navas del Marqués. Cada mañana se pega un madrugón para ir a Madrid para desempeñar su trabajo como ingeniera de redes. "Uno de los miedos de mi madre era que acabase ejerciendo un trabajo sexual. Pero no pasó", comenta Azañón.

En el lado opuesto se encuentra la valenciana Ana Meluska. En su caso si quiso enfocar su vida laboral en "el ámbito del trabajo sexual". "No es prostitución porque nunca me sentí obligada, ni tampoco lo hice por necesidad, lo hice porque quise. Soy una activista muy acérrima en los derechos de las mujeres transexuales, y en los de los trabajadores del sexo". Ahora trabaja como mediadora y ayuda a la reinserción laboral de las prostitutas. "Mereció la pena. Viví la vida tal como soy, y eso me hizo ser muy feliz, sin tener que estar en ningún armario", explica sobre su tratamiento transexualizador, que lo inició en 1982 cuando tenía 17 años, aunque matiza que fue a partir de los cinco años cuando "me di cuenta de que no era un niño".

El ayer y hoy del colectivo LGTB son dos premisas fundamentales para entender su situación. La de un ayer, "bastante cercano", como recuerda Boti Rodrigo, entre amenazas, vejaciones e incluso cárcel. Y el hoy, como una lucha continua para que la invisibilidad no se lleve por delante sus derechos. Por eso miran de cerca algunas medidas, como la posibilidad de que el Principado costeé la reproducción asistida a las lesbianas y madres solas. "Lo valoro positivamente. Aunque no es algo que salga de la propia institución. Lo hacen porque se ven obligados", subraya la activista Irene Saavedra.

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