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La Vida Buena

La prosodia tranquila de Hallstatt

La villa junto al lago, que hunde su raíz celta en la Edad del Bronce y que emocionó a Stifter, Grillparzer y los pintores Biedermeier, es un remanso de paz en el Salzkammergut austriaco

La lago, con la iglesia protestante. L. Á. V.

Nada más placentero que sentarse en una terraza (la del vetusto Hotel Grüner Baum, por poner un ejemplo), mientras se desliza la mirada sobre las aguas gris cobalto del lago de Hallstatt al caer la tarde, para elevarla luego hacia las alturas circundantes, llevándose a los labios un Grüner Veltliner del no muy alejado Wachau, dejando pasar las horas, con el convencimiento de que en ese presente sencillo e inamovible reside algo de la felicidad. Hay en Hallstatt algo de esa prosodia tranquila que buscaba el escritor Adalbert Stifter, según dejó escrito Claudio Magris en "El Danubio". Frecuentador de este bello rincón del Salzkammergut austriaco, Stifter quizá veía en este paisaje la sedimentación de siglos de historia, la transformación en naturaleza de las incontables generaciones.

Franz Grillparzer -otro relator de existencias ordinarias y sin sobresaltos, atadas a unas leyes simples y eternas, alejadas de la épica y la tragedia tan del gusto romántico- también se dejó emocionar por estas brumosas riberas, que cautivaron el pincel de destacados pintores Biedermeier, como Franz Steinfeld, Ferdinand Georg Waldmüller o Josef Höger.

Antiguo pueblo de pescadores, con sus características casas de madera tallada, sus muros decorados con trampantojos, volcado sobre el lago, Hallstatt hunde sus raíces celtas en la Edad de Bronce, época de la que datan las minas de sal que aún pueden visitarse, así como los tesoros de su destacable museo. Aquí se rindió culto al dios Taranis, antes de la llegada de romanos y germanos, y hoy se adora al dios turismo, lo que la convierte en una babel de mil lenguas. Sorprende sobre todo la presencia de orientales, que hollan los rincones de esta preciosa villa con unción casi religiosa. Hay tal devoción por este rincón en Asia que los chinos han hecho una réplica exacta en el sur de su país. Hay que esperar a que se marchen los autobuses turísticos para poder deambular por sus calles con libertad, poniendo atención a cada detalle, y subiendo hasta la iglesia de Maria am Berg, con su fascinante cementerio. Los embarcaderos invitan al baño a cada paso, mientras patos y cisnes deambulan por las límpidas aguas del lago.

El pueblo tiene una amplia oferta para quedarse. El ya citado Grüner Baum es el hotel más emblemático, junto a la iglesia protestante. Por allí pasaron el emperador Franz Josef y su flamante esposa Elisabeth, mucho antes de que ésta adoptase su esquivo modo de vida. Una placa en una calle cercana recuerda que la pareja imperial pasó allí una noche. Otro buen hotel es la Bräu-Gasthof Lobisser, que data de finales del siglo XV y a la que el emperador Maximiliano concedió en 1504 el derecho a producir cerveza. El Lobisser, con sus ventanas decoradas con flores, tiene una encantadora terraza con vistas al lago.

Desde Hallstatt, la ciudad de Bad Ischl, con la Kaiservilla, la villa imperial en la que Francisco José solía pasar los veranos -y donde firmó el manifiesto que desencadenó la Primera Guerra Mundial-, está a tiro de piedra, igual que Salzburgo y Linz, dos joyas barrocas, una a orillas del Salzach, la otra bañada por el Danubio, que en ese punto, más que azul, discurre de color verde, por efecto de la exuberante frondosidad que envuelve sus orillas.

El gran río se desliza lentamente hacia Viena para atravesar una de las más bellas y feraces regiones austriacas, el Wachau, con sus viñedos escalonados a ambas orillas del gran río, y bañando maravillas como la abadía de Melk o la coqueta ciudad de Krems, con su puerta medieval, sus imponentes iglesias y la interesante trama de sus calles y edificios.

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