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Una valquiria divina y humana

El tenor australiano Stuart Skelton encabezó el éxito, ayer, de la apertura de la Temporada de Ópera del Campoamor con el segundo título de la tetralogía de Wagner

El público llenó el Campoamor. LUISMA MURIAS

Oviedo, Javier NEIRA

El tenor australiano Stuart Skelton redimió y con creces su anterior actuación en Oviedo -en enero se quedó sin voz y sólo pudo actuar sin cantar en la representación de "Sansón y Dalila"- y de paso redimió de cualquier posible culpa las diez últimas temporadas, al menos porque su actuación, ayer, como Siegmund en "La Valquiria" de Wagner fue colosal. Gran apertura en la LXVIII Temporada de Ópera del Campoamor. El público, al final, aplaudió durante cinco minutos y cuatro segundos.

"La Valquiria" es un punto de inflexión en Wagner. Los dioses ceden a la fuerza de la compasión. Caminan hacia el ocaso que se hará realidad en la cuarta entrega de "El anillo". Ayer, el segundo título que se ofrece de ese ciclo en el Campoamor siguió la línea de lo visto hace dos años, con la dirección de escena, escenografía y vestuario de Michal Znaniecki, que, como en la primera entrega, se basa en vídeos mapping que conforman un cuadro sencillo y adecuado pero al tiempo monótono, mareante y que distrae. Entre los figurantes, la niña Sofía Cequier Cabal, de 6 años. Estudia en el colegio público de Ventanielles. Trabaja más que nadie, moviendo sin parar elementos en la escena. Muy bien pero tampoco era imprescindible.

El maestro Guillermo García Calvo, al frente de la OSPA y del conjunto, estuvo excelente. Ya es un clásico wagneriano en Oviedo. Y los cantantes, capitaneados por Skelton, muy bien, destacando no sólo por la voz, como la magnífica actriz Nicola Beller Carbone, en el papel de Sieglinde, que ya en junio cosechó en el Campoamor un gran éxito en la ópera de Albéniz "Pepita Jiménez".

"¡Wälse, Wälse! ¿Dónde está la espada?", exclama Siegmund cuando se ve perdido en un momento desgarrador, dentro del lirismo extremo del primer acto, que tiene sus mejores momentos en la exaltación de la primavera y al fin en el enlace amoroso entre los dos hermanos gemelos, Siegmund y Sieglinde, un incesto que desasta la ira de los dioses y el drama.

Bien la mezzosoprano Michelle Breedt en el papel de la diosa Fricka, y mejor el barítono Tómas Tómasson como Wotan. Y cuando al fin entra en escena la valquiria Brünnhilde, encarnada por la soprano Elisabete Matos, se equilibran protagonismos y angustias y se suma una buena voz. El designio de Wotan se cumple, Siegmund muere a manos de Hunding -encarnado por el bajo Liang Li, muy bien-, y las dudas de Brünnhilde se disparan. La escena ofrece en varios momentos personajes dobles -Brünnhilde y una niña, por ejemplo- para subrayar la evolución de los roles. En la muerte de Siegmund la pose del crío que le acompaña recuerda de forma estremecedora a Aylin, el niño que recientemente apareció ahogado en una playa de Turquía y cuya foto dio la vuelta al mundo.

La cabalgata de las valquirias, tan conocida, cambia el tercio. A Brünnhilde la compasión le cuesta el descenso al infierno terrenal. Wotan se apiada y permite que sea salvada por un héroe. Será Sigfrido, en el claustro materno de Sieglinde. Pero ésa es ya otra historia. En el palco oficial, el alcalde de Oviedo, Wenceslao López, y el viceconsejero de Cultura, Vicente Domínguez.

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