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La espuma de las horas

La inimitable pareja cumple cien años

Wooster y Jeeves, personajes de Wodehouse, sobrevivieron con humor a la monótona neblina eduardiana

Stephen Fry y Hugh Laurie, en la adaptación televisiva de la famosa pareja.

Como aquel glorioso cabronazo de W.C. Fields me puse a escribir el dorso de un menú algo que de repente me vino a la cabeza de Wodehouse. Una conversación sin sustancia entre Bertie Wooster y Jeeves que no tendría demasiada gracia si el mundo no estuviese, por lo general, desasistido de ella. Por eso he vuelto a este tipo de cosas como si se tratara de una medicación.

-Jeeves, ¿tenemos coñac?.

-No, señor.

-¿Podría conseguir una copa?

-Seguro, señor.

-Traiga la botella.

-Muy bien, señor.

Wodehouse consiguió hacernos creer que Bertie era un idiota con mayor éxito incluso que Shakespeare supo convencernos de la ambición en Macbeth. Wooster, en cualquier caso, no es la bombilla que más alumbra en una lámpara de araña. Él mismo admite que no puede leer nada antes del primer cigarrillo y del té de la mañana. Después, tampoco.

El pasado día 18, Bertie Wooster y Jeeves habrían cumplido cien años si el tiempo no se hubiera detenido para ellos en la era eduardiana. Servidos por la prosa alegre e ingeniosa del magnífico humorista inglés, los dos personajes aparecieron por primera vez en un cuento publicado por la revista del "Saturday Evening Post".

Desde ese día los lectores empezaron a interesarse por el perezoso caballerete, sus colegas y el servicial Jeeves, capaz de irrumpir en la habitación de Wooster justo en el momento en que éste vuelve a la vida tras una cogorza de campeonato en la fiesta de cumpleaños de Pongo Twistelton o una noche desenfrenada en la ciudad junto a otros derrochadores: Tuppy Glossop, Bingo Little o Boko Fittleworth, los amigotes del Club de los Zanganos

Cualquier aficionado a la literatura de Wodehouse sabe que Jeeves, el servicial mayordomo, no camina, se materializa, flota o se desliza como una anguila, a veces como un ectoplasma. Por lo general sirve el té de la mañana justo antes de la grieta del mediodía. Y Wooster, que no ha dejado de agradecérselo, admite que entre los dos funciona la telepatía. "Entra siempre con la taza sin hacer el menor ruido exactamente dos minutos después de haber yo resucitado. Esto constituye una notable diferencia en el comienzo del día de un individuo".

-¿Qué tiempo hace, Jeeves?

-Excepcionalmente benigno, señor.

-¿Hay alguna novedad en los periódicos?

-Leves disturbios en los Balcanes, señor. Y nada más.

El cerebro de Bertie Wooster es proporcional al de una almeja. Rara vez se ocupa de tareas onerosas como conseguir un trabajo; las guerras mundiales, como es natural y eso incluye a los Balcanes, le dan igual. Su mundo limita al este con St. James Street, al oeste con Hyde Park Corner, al norte con Oxford Street, y al sur con Piccadilly, con pequeñas excursiones a ciertas casas de campo en Shropshire y otros condados de los alrededores.

Aunque Wodehouse escribió sus novelas a caballo de dos guerras mundiales, el holocausto, los gulags, y la guerra fría, en Wosterland siempre es primavera. No es de extrañar que Wooster haya cumplido 100 años con la ayuda del inimitable e imprescindible Jeeves. Seis décadas, once novelas y treinta y cinco relatos cortos. Todo un placer.

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