Los arquitectos Manolo García y Fernando Nanclares, ambos muy vinculado a actuaciones en los monumentos de la monarquía asturiana, esbozaron ayer, durante las jornadas científicas del Prerrománico, lo que a su juicio son las prioridades de los monumentos y sus entornos. Para Nanclares, que se centró en el área del Naranco, la eliminación de la carretera que va desde la curva del mirador hasta la de San Miguel de Lillo "es la llave que abre paso a todo lo demás".

Es una idea que encaja con los planteamientos de Manolo García, aunque éste defiende antes de cualquier otra actuación el "estudio e investigación" tanto de los monumentos como de los entornos. García tiene claro que el monumento es un símbolo con una imagen y, por tanto, antes de intervenir y cambiar su fisonomía es preciso contar con las opiniones de otros expertos, que deben valorar esa nueva imagen. Si finalmente se opta por el cambio, como puede ocurrir en el caso de plantear el revoco de un edificio, "éste no debe ser una imposición sino una consecuencia de algo previamente estudiado e investigado", para finalmente recuperar el aspecto que debe tener: "La esencia del Prerrománico". Ésa es, a su juicio, la finalidad de cualquier actuación en unos monumentos que fueron construidos como "símbolo de su tiempo y a los que hoy no somos capaces de dedicarles la atención debida", subrayó Manolo García, que ya antes de comenzar se calificó a sí mismo de "espectador atento que analiza todo críticamente".

En ese análisis, que recorrió las intervenciones realizadas desde antiguo en los monumentos, aprovechó para comentar la restauración "idealizada" que hizo en Santa Cristina de Lena Luis Menéndez Pidal, en el primer tercio del pasado siglo, y para lamentar "el acoso urbano de la Foncalada". En este punto se preguntó por la necesidad de resolver la disyuntiva de si lo que procede es integrar el entorno en el monumento o el monumento en el entorno.

Dudas de este calibre son las que llevan a García a sostener la prioridad de la investigación antes que otras actuaciones. Defiende la cuestión de los entornos como algo "fundamental". Porque reconoce hecho el trabajo legal de protección, es decir, lo que se puede y no se puede hacer, pero ve la necesidad de estudiar no solo el edificio sino indagar en cómo era su entorno. "En algunos ya no se puede intervenir porque están alterados, pero en otros, como en el del Naranco, se puede recuperar y devolver la misma esencia prerrománica". Por ése y otros asuntos pendientes de investigación insiste en que antes de intervenir es necesario estudiar. "Puede pensarse que ya se sabe todo de los monumentos, pero yo creo que no".

Para coordinar todo lo que considera pendiente con un fin que no es otro que la conservación, defiende un plan director de todo el Prerrománico que defina todo lo que hay que hacer, y una vez que esto se conozca apoyar políticamente la ejecución de esos planes.

Fernando Nanclares, autor junto con Antón Capitel, de un plan para el Naranco del que únicamente se desarrollaron algunas mejoras, ve también necesaria la actuación en los entornos y aclara que ya en 1985 los arquitectos García Pola, Marqués y Palacios realizan la primera delimitación. "El tramo de carretera que pasa por encima de Santa María del Naranco y al lado de Lillo es objeto de cuestión desde entonces", dice. "Todos los que opinan de lo que se debe hacer en el Naranco proponen la eliminación de ese tramo, pero no se ha conseguido", lamenta.

El proyecto que defiende Nanclares con la supresión de la actual carretera supone construir un kilómetro y medio de una nueva vía que enlace con la carretera que sube hasta el alto del monte. La obra de dicha variante se presupuestó en 1998 en unos 300 millones de pesetas, "que no es algo inalcanzable", dice. Ésta es para él la mayor urgencia, porque "los monumentos están bien". Confía en que el problema de las humedades de Lillo esté resuelto y espera que se acometa la restauración de las pinturas.