"Dios mío, es espectacular", murmura el escritor tras cruzar el escenario entre los aplausos de mil quinientos lectores de toda España. Se llama Richard Ford y protagoniza en el auditorio del palacio de Congresos ovetense un encuentro con 99 clubes de lectura. El premio "Princesa de las Letras" no llora como Leonardo Padura en su día pero está impresionado. Y deja a un lado las precauciones que adopta en Estados Unidos cuando le invitan a un club pequeño, "de noche, en invierno y con varios asistentes bebiendo. Yo voy contento pero a la vez algo aprensivo porque siempre hay alguien que me odia. Pero voy dispuesto a sacrificarme por la literatura". Esta noche no hay aprensión: "Si han venido de tan lejos seguro que lo hacen de buena voluntad. Como yo".

Como él, dispuesto a aceptar el interrogatorio moderado por la editora Valerie Miles sin amedrentarse ante preguntas de grueso calibre. Lo primero, un recuerdo de sí mismo como lector: "Yo era disléxico. Me costó aprender. Pero cuando lo conseguí fue un gran consuelo. El silencio. La privacidad. Mi mente ensimismada en la lectura. Sintiéndome que formaba parte de un mundo interior y exterior". La literatura no te enseña a pescar "aunque leas una historia de pesca". No es práctica pero sí es útil "porque te recuerda que hay otras personas aparte de ti sintiendo lo mismo y te puede proporcionar un conocimiento nuevo de lo que te rodea, de lo que te ocurre". Y ahí entra en juego la herramienta del lenguaje: "La elección de las palabras es la que puede convertir un texto en algo lleno de información, de sonidos, de sensaciones, de placer en definitiva. Hay autores sentimentales que afirman que la literatura es el último vestigio de la infancia que puedes abordar de manera irresponsable".

A él le llegó la hora de ser responsable muy pronto. A los 17 años. No lo era antes: "Con 15 ó 16 años era un candidato a ir a Vietnam o terminar en la cárcel. Me metía en problemas. Me ponía en riesgo". ¿Y qué pasó? "Mi padre murió en mis brazos. Me asaltaron sensaciones encontradas. Y el lenguaje me ayudó a reconciliarme con su pérdida. Sentí que no podría sufrir una pena tan enorme nunca más pero al mismo tiempo había... había cierta sensación de libertad con su desaparición porque él ya no estaría nunca más para decirme lo que debía hacer y lo que no. Era un conflicto entre el dolor por la pérdida y el alivio por ella. No era una sensación fácil de vivir, me hacía sentir culpable". Pero es una historia optimista: "Los tiempos negros me hicieron salir adelante. Con la ayuda del lenguaje".

La vida, reflexiona sin ponerse solemne, es pura imaginación. Lo dice un autor etiquetado a menudo como realista a ultranza. "Los libros que escribo son mejores si son producto de mi imaginación más que si sin producto de mi propia vida. Si solo represento lo que sé estoy confinado a mi experiencia real". Lo que no niega es que el mundo cercano le inspira. Incluidos sus amigos: "Siempre les digo: si no quieres leer algo en un libro no me lo digas. Escucho siempre. Observo en todo momento. Y luego lo transformo con el lenguaje para trasladarlo a mis lectores". Porque nada más lejos de la realidad que un Ford hermético: "Quiero ser empático con quienes me leen, atraerlos a mi mundo".

Muestra su cuaderno de notas con su cinta verde. No es verde porque simbolice esperanza. Es el color que había. Dejémonos de símbolos. "Los conozco pero no los uso". Lo que sí usa es ese cuaderno. "Cuando está medio lleno tengo miedo de perderlo, como me ha ocurrido alguna vez. Así que lo guardo en el frigorífico". Stop. ¿Ha dicho en el...? "Dicen que si una casa se quema el frigorífico es lo único que se salva, ¿no?"

Y pronuncia el nombre de un poeta nada frío: Neruda. Aquel verso: "y algo golpeaba en mi alma". A pesar del dolor, o por el dolor, "el mundo tiene misterios y cosas que recordar. Es un lugar interesante para estar en él". Aunque haya gente como Donald Trump: "Cómo no opinar de política cuando hay un colgado que puede llegar a presidente". Ovación cerrada. ¿Qué lectura le recomendaría a Trump? "No sabe qué es un libro. Sería perder el tiempo".

No oculta su vulnerabilidad cuando se plantea afrontar un nuevo libro. Y es que a sus 73 años la responsabilidad es mayor que con 37: "Lo más desesperante es enfrentarte a tu propio trabajo y exigirte más: ¡tienes que ser mucho mejor! ¿Qué te pasa? Porque la gran responsabilidad como escritor es hacerte mejor, nuestro oficio depende de ello para poder pedir a alguien que deje lo que está haciendo para ponerse a leer nuestro libro".

¿Se divierte escribiendo? "Si, me parto de risa", ¿ironiza?, "luego se lo leo a mi esposa Kristina y sé si estoy equivocado. Cuando pasas tres años escribiendo una historia hay muchas emociones en juego y alguna debe ser placentera. Si no lloro al final de un libro por lo que sucede a mi personaje es que algo no funciona".

El autor confiesa su llanto por sus personajes (que no personas, ese salto de categoría le corresponde a los lectores, no al contador de historias que maneja el lenguaje a su conveniencia) y espera que al otro lado haya personas, como esos 1.500 espectadores que le escuchan, que compartan esa misma sensación. Emocionante. Y ahí crepitan las palabras, "con sus vocales y consonantes", con sus sonidos y sus ecos. Invoca a Mark Twain: "La diferencia entre la palabra adecuada y la equivocada es la misma que entre un relámpago y una luciérnaga. No quiero luciérnagas, quiero relámpagos".

Cazador de relámpagos, descarta que el trabajo sea terapéutico: "Si resuelvo un conflicto me aparece otro. Y debo afrontarlo con el mismo interés. Espero poder dirigirme durante mucho tiempo a cosas no resueltas". Henry James decía: "Si no estás asombrado no hay nada que contar". Y Ford hace suya esa frase: "No quiero abandonar mi asombro". Y llevar de la mano a los lectores a ese mundo asombroso desde la primera frase: "El inicio es lo que hace que la lectura posterior sea o no irresistible. Poder decirle a lector: ven, sígueme".

Le seguimos en la memoria hasta ver a abuelo boxeador, "me enseñó a luchar por si me metía en peleas. Perdí muchas. Hay que hacerlo antes de ganar". Epílogo. ¿El mayor misterio del mundo? "La pregunta más compleja para el final... Vean la imagen de un hombre pensando". Esperamos. "Suena a cliché pero la muerte es muy interesante. No me aterroriza. Es algo natural, humano, inevitable". Fin.