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A divinis

El poder de un cardenal

Los espacios del poder genuino en la Iglesia

Carlos Osoro Sierra vistió ayer la púrpura cardenalicia y no es mal momento para preguntarse sobre el poder real que le es entregado por el Papa a un príncipe de la Iglesia. En principio, tres son los espacios de poder genuino en la Iglesia. Francisco lo llama "servicio" en el caso de las autoridades de la jerarquía, pero la cuestión no es saber si el Pontífice dice toda la verdad o sucede que la palabra "poder" causa cierto susto por lo descarnado de su verdadera naturaleza. Esas tres parcelas de poder son: primera, la autoridad sobre los creyentes en materia de "fe y costumbres" (puede denominársela autoridad espiritual o poder espiritual, pero eso no le quita fuerza); segunda, en el caso particular de los cardenales, la potestad para elegir al Papa según las reglas de esa monarquía absoluta con colegio electivo que es la propia Iglesia: y, tercera, el poder para nombrar obispos, que es atribución directa del Papa, pero con la intervención más o menos intensa de cardenales, arzobispos o presidentes de las conferencias episcopales. Osoro posee dos de esos títulos y hasta el mes de marzo del año próximo no se sabré si alcanza el tercero, que sería la presidencia de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Es posible que alguien que ha sido señalado directamente por el Papa como su colaborador cardenalicio incline a los mitrados españoles a votarle, pero de esto ya hablaremos con más calma porque las cosas podrían complicarse. En cualquier caso, nadie ha alcanzado hasta la fecha las cotas de poder que tuvo Antonio María Rouco, arzobispo, purpurado y cuatro veces presidente de la CEE. No obstante, su poder no estaba aquí mismo, sino en que llegó a desempeñar en el Vaticano un número de tareas que probablemente ningún eclesiástico español ha acumulado: miembro de la Congregación para la Educación Católica (1994), de la de Obispos (1998) y de la del Clero (1998); e integrante del Pontificio Consejo para la Cultura (1998), del de Interpretación de los Textos Legislativos de la Iglesia (1998) y del Cor Unum (2000), así como miembro del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica (2004) y del Consejo de Cardenales para el estudio de asuntos organizativos y económicos de la Santa Sede (2004). Evidentemente, se puede hablar de "servicio" a la Iglesia, pero hay que haber llegado a todas esas sillas para ser muy servicial.

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