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Mal paso

Un portentoso Jeff Bridges lidera una modesta pero eficaz historia crepuscular de atracadores justicieros - Vistosa pero muy convencional mezcla de amores y aventuras estelares

La idea se le ocurrió antes al asturiano Gerardo Herrero en su corto "Picnic": el infierno congelado que vive alguien que pisa una mina que estallará si levantas el pie. "Piégé", de Yannick Saillet, también iba de lo mismo y, como en este caso, también con soldado atrapado en el desierto afgano. Al igual que ocurría con el "Buried" de Rodrigo Cortés o las "127 horas" de Danny Boyle (o la estupenda "Locke", más movidita) hay que inventarse excusas para (intentar) que el tinglado no se venga abajo a golpes de tedio porque, seamos sinceros, esto da para un corto o un mediometraje. De hecho, los 20 minutos iniciales son los mejores en Mine. Para llegar a los 111 finales vale todo: flashbacks, por supuesto, y oportunos espejismos, y finales falsos, un recuerdo al errado francotirador de Clint Eastwood, y sobredosis de traumas.

Más solo que la una, el soldado capturado en una cárcel del desierto sin rejas (Canarias imitando a Afganistán, buena fotografía) tiene que buscarse la vida para que la experiencia tenga algo de tensión, algo que solo consigue por momentos la esforzada interpretación de Armie Hammer (aunque aún no le perdonamos aún "El llanero solitario") o las logradas escenas de acoso rodeado de alimañas y la tormenta de arena. En cualquier caso, lo que más molesta no es esa hinchazón de minutos para convertir lo que solo da para un corto en un largo (no deja de ser una producción modesta que pide a gritos la atención de Hollywood) sino algunos mensajes antibelicistas de una simpleza abrumadora o la idea despampanante de proponer un paralelismo entre la situación paralizada del protagonista y su propia actitud ante la vida. A eso hay que añadir la escasa consistencia de las escenas que intentan mostrarnos la trastienda del personaje y la molesta aparición de unos personajes puestos ahí para que haya un subidón de metafísica y darle así a la historia un barniz trascendente que provoca sudores fríos.

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