Tenía que ser un "as" de la tonada, José Manuel Collado Vidal, quien plantease un necesario debate: ¿está el folclore asturiano en proceso de renovación? A ojos del cantante, sí que soplan vientos de cambio, alentados por una mayor flexibilidad formal, aunque el rigor de la tradición debe preservarse.

La reflexión de Collado llegó además en el escenario más adecuado: el del Teatro Filarmónica, en el marco de la sexta jornada eliminatoria del XXV Concurso y muestra de folclore "Ciudad de Oviedo", que organizan el Ayuntamiento y LA NUEVA ESPAÑA, y que en esta sesión rindió homenaje al cantante y a Mari Luz Cristóbal. Un escenario que, como si quisiera darle la razón a Collado, ofreció un vigoroso programa, de buen nivel y muy aplaudido por el público, en el que se pudieron ver algunos vestigios de renovación, pero siempre sobre el armazón, sobre la "percha", que aporta la rica tradición asturiana.

"Antes había que ir por la pinza de los vieyos, sobre todo para ganar en los concursos. Ahora, la juventud va más relajada", reflexionaba Collado, en significativo diálogo con Esther Fonseca. Una "manga ancha" que el cantante considera positiva, siempre y cuando no se pierdan las raíces.

En esta veta puede situarse el monólogo de Adolfo Uría Menéndez, quien sorprendió al respetable presentándose en el escenario con un traje de luces que se tornaba chocante en su combinación con un buen par de madreñas. Porque su monólogo, lleno de hallazgos cómicos, se centraba precisamente en la figura del torero "Madreñero". La complejidad de trazar una "verónica" en madreñas y su, digamos, tibieza al enfrentarse al toro arruinaron la cabeza del "Madreñeru", que tuvo que tirar de pistola (la de un municipal, para ser precisos) para liquidar al morlaco. Una solución que, en la ficción del monólogo, obligó al torero a salir por pies, pero que, en la realidad del Filarmónica, le regaló las risas y los aplausos del público.

En el apartado de tonada, los sucesivos intérpretes compusieron una jornada de buen tono. José Manuel Fernández, de Grado, no acusó la responsabilidad de abrir la jornada y lució su buena técnica. Manuel Arenas, llegado de Ruenes (Peñamellera Alta), mostró la potencia de su voz, especialmente al cantar "Soy mineru llangreanu". Y Corsino Llaneza, sierense de La Carrera, resucitó el espíritu de José Noriega con una sentida interpretación de "Tengo de cortar un roble", hermosa canción cuyos versos finales son dignos de Lorca: "Debaxo de tu ventana me quisieron dar la muerte, llucerín de la mañana, sólo por venir a verte".

En la categoría femenina, la única intérprete de esta jornada fue la maliayesa Isidora Naredo. La veterana intérprete reflejó en su actuación esta vertiente renovadora a la que aludía Collado. En su primera pieza, "La carbonera", Naredo dotó a su interpretación de una sonoridad singular, próxima a la canción española, mientras que para la segunda, "Anda y señálame un sitio", acompañada de la gaita de Vicente Prado, "El Pravianu", se ciñó a los márgenes tradicionales.

Naredo cosechó grandes aplausos del público, como también la otra fémina en liza ayer, en este caso en categoría juvenil: la moscona Elvira Fernández González. Su interpretación fue, cuando menos, impactante: la niña, que demostró un saber estar impropio de su edad, iluminó la sala con un torrente de voz que conquistó al nutrido público asistente, que recompensó a la cantante con el mayor aplauso de la jornada.

Entre los gaiteros, la llanerense Inés González ofreció una interpretación chispeante, con sus finos dedos trazando arabescos por el puntero. Por su parte, el ovetense Jesús Fernández, de azul riguroso, demostró sus ganas de agradar a sus paisanos y puso toda su alma sobre el escenario, con dos hondas interpretaciones de "Ecos de la quintana" y "El trasgu saltarín".

Por el escenario también desfilaron dos parejas de baile. Los jóvenes Eva Casas y Sabino Fernández compartieron su complicidad con el público, mientras que Marina Caso del Torno y Santiago González Galguera hicieron suyo el escenario, pivotando sobre el eje que conectaba sus ojos. Demostrando que el baile es, ante todo, una mirada compartida.

El cierre de la jornada lo puso el Ochote Langreano, con su formación completa, al que homenajeó la organización y que protagonizó una muestra final en la que reivindicó la obra de Sergio Domingo y Antolín de la Fuente.