Una tormenta de aplausos barrió anoche el Teatro Campoamor, en respuesta a la desgarrada actuación de María Pagés y su compañía. Su revisión del mito romántico de Carmen, primera jornada del festival de danza de Oviedo, patrocinado por LA NUEVA ESPAÑA, conquistó al público que abarrotaba el recinto capitalino con su brillante reivindicación de la mujer. Pero no de esa mujer idealizada, objeto del deseo de los hombres: "Yo, Carmen", el espectáculo ideado y parido por Pagés es, ante todo, la reivindicación de la mujer auténtica, real.

Quizás el número que mejor representa la esencia del espectáculo es "Alegrías de las amas de casa", un prodigio de coreografía y ejecución, con Pagés y sus bailaoras erigiendo sobre el escenario vacío una casa, un hogar en realidad, con sus paredes, sus ventanas y sus dolorosas ausencias.

Antes de eso, en "Enseñanza", el ascendiente de Pagés sobre sus pupilas había quedado de manifiesto en una danza metaficcional en la que la maestra, bastón en mano, aleccionaba a esas seis fascinantes bailaoras, de cuerpo proteico y pie fuerte, al igual que lo habrá hecho durante cientos de horas tras los tablaos. El número hablaba de la formación de Carmen, pero también de la formación de María, de Eva, de Virginia... de todas ellas.

En torno a Pagés, estrella gigante, orbitaban esas seis jóvenes bailaoras, formando un increíble sistema solar, vital y armónico, que llenaba de luz un escenario en penumbra. De haber habido algún científico de la NASA en el Campoamor, habría renunciado a la astronomía para abrazar la flamencología. Que no es una ciencia exacta, pero tanto da.

El dolor desgarrador del amor, el peso de los años, la prisión de la belleza... El drama de Carmen, en carne viva, se hacía danza ante el abrumado público ovetense, ansioso por aplaudir a cada mínima ocasión, como si quisiera participar de aquel elogio de la percusión que se desplegaba sobre el escenario. De haber podido, habrían aporreado los suelos y las butacas del Campoamor, persiguiendo esa misma armonía.

Pero no todo fue drama. El humor también fue un instrumento en manos de María Pagés, que desterró los corsés, proscribió las cremas anticelulíticas y renunció a la dieta para deleite de un respetable rendido. Porque esa es su Carmen: ni mito ni icono, ni puta ni diosa, ni mujer ni amante, ni hija ni madre. Simplemente, una mujer. Simplemente, una obra de arte.