El pianista Juan Pérez Floristán, 23 años, y el director Kerem Hasan, 25 años, que aun completan su formación académica en la actualidad, han demostrado gran profesionalidad y talento en un concierto en el que destacó precisamente eso, una admirable juventud interpretativa. El Concierto para piano nº 2 Op. 18 de Rachmaninov se inclinó, globalmente, hacia una sonoridad más bien intimista, especialmente -su lirismo en una especie de nocturno y en el intercambio temático entre la flauta o el clarinete invitan a ello- en el segundo movimiento Adagio sostenuto. La estructura en forma sonata se recupera en el Allegro scherzando, en el que también se retoman cíclicamente los temas de movimientos anteriores; y el carácter melancólico, definitiva y finalmente, se torna en una nada ambigua tonalidad de Do mayor de triunfante y afirmativa majestuosidad. El planteamiento de Juan Pérez Floristán -recordemos que el joven intérprete ganó en 2015 con esta misma obra el Primer Premio y Premio del Público del prestigioso concurso Paloma O'Shea de Santander- tuvo su más convincente efecto en ese mirada intimista, segura y siempre con delicados efectos pianísticos. Lástima que por otra parte su sonido pareciera adolecer de suficiente peso -lo que se percibió especialmente en el Moderato inicial-, con una orquesta que inexorablemente crece de manera exponencial en la parte del desarrollo de ese primer movimiento que culmina en fortísimo. Incluso teniendo en cuenta que la Oviedo Filarmonía se queda claramente corta en efectivos de cuerda para abordar este tipo de repertorio, o se refuerza para todo lo que va desde, como poco, un segundo Romanticismo en adelante, o sus limitaciones serán siempre más que evidentes. No puede hablarse de balance orquestal paradigmático. Para este Rachmaninov se precisa una orquesta mayor incluso cuando se aterciopela, se recrea el más melancólico tacto por ejemplo en violines, violas o violonchelos, no digamos ya los contrabajos. Y, al mismo tiempo, aquí hay momentos en que es imposible limitar el sonido orquestal para amoldarse al sonido pianístico si este no lo alcanza. El resultado global ha sido fructífero y convincente, sin ser imponente. El pianista tuvo un único ensayo con la orquesta; en estos tiempos que corren todo se antoja milagrosamente productivo. De propina la interesante "The tides of Manaunaun" (1917) de Henry Cowell y de "Cuadros de una exposición" de Moussorgsky, el Baile de los pollitos en sus cáscaras, transparencia exquisita.

La vital labor directorial se evidenció claramente en la "Cuarta" sinfonía de Beethoven, cambio a última hora -estaba prevista la "Tercera" de Brahms- y de director, por indisposición de Marzio Conti. Mi impresión, con una de las sinfonías beethovenianas más angulosa -seguramente en este tipo de juicios uno siempre puede equivocarse, por la parte positiva espero que en esta ocasión no sea así-, es que la orquesta se volcó con la vital y talentosa entrega de Hasan que, parece obvio, no puede tener aún un extenso repertorio. Fue una buena "Cuarta" de la Oviedo Filarmonía que Hasan condujo con claridad en su planteamiento a una formación que puso toda la carne en el asador, aunque en cuanto a la madurez directorial y a la capacidad de domeñar con plena autoridad una orquesta no hay atajos. Como concierto en el ciclo general hubiera encajado de forma diferente, pero dentro de las Jornada de Piano, la comparativa no resiste el nivel, aunque ya sea solo proximidad, si tenemos en cuenta que el último recital hace pocos días lo dio el mismísimo Sokolov.