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ISRAEL SASTRE | Activista artístico

"No tengo referentes artísticos; me gustaría parecerme al sublime Dalí pero sin su locura"

"Después de mi separación matrimonial tuve que ocupar la mente y empecé a tocar el saxo y a hacer ensamblajes"

Israel Sastre, en Oviedo. MIKI LÓPEZ

-Soy optimista. Lo bueno se afronta bien y lo malo procuro encajarlo de buena manera.

Israel Sastre es jefe de proyectos de una empresa de pintura industrial de centrales térmicas y grandes superficies y activista artístico "por terapia ocupacional".

-Me gusta pintar, hacer esculturas y toco el saxofón, como aprendiz del gran maestro Kiko Flores e intérprete en "Talego Kini", rock and roll español de los 80, y en "Los Enigmáticos", un grupo que cumplió 50 años.

- ¿Cuántos años tiene usted?

-Cuarenta y dos. Soy de Oviedo, aunque mi familia materna es de Nava y me crié mucho en el campo. Mis padres están separados desde que yo tenía un año. Crecí como hijo único, aunque por mi padre, Joselín, el de Casa Joselín en Naves de Llanes, tengo dos hermanos.

- ¿Qué hacía en el campo?

-Ayudaba a mi tío Agustín, ganadero y agricultor, que me quería como a un hijo. Cuando yo tenía 17 años murió. Quise seguir con la hacienda, pero mi madre, Eloísa, prefería que estudiara.

- ¿Estudió?

-No. Fui un ejemplo de fracaso escolar. Nunca tuve claro a qué dedicarme. Tampoco ahora.

- ¿Sabe por qué fracasó?

-Los profesores deberían hacer la materia más suculenta para los malos estudiantes. Tener buenos profesores es tener ansia de conocimiento. No los tuve malos. Tenía muchas inquietudes por la naturaleza y los porqués, pero no me concentraba.

Estudió hasta segundo de BUP. Trabajó cinco meses en la embotelladora de Coca-Cola. Se matriculó en el nocturno del Alfonso II y lo dejó para trabajar con una grúa en la Fundición Nodular.

- ¿Cuándo le interesó el arte?

-Sentía que me faltaba algo. De niño fue la música, pero para ir a clase tenía que aprobar, y como no aprobaba me castigaban quitándome lo que era mi aliciente. Hago judo con grandes paréntesis. Soy cinturón marrón.

En 1994 hizo la mili en Noreña, "una de mis experiencias más saludables. Aprendí maldades y a buscarme la vida".

- ¿Y después?

-Me casé y entré en la empresa donde llevo 18 años. Estuve felizmente casado durante años, en los que me preocupé de la familia, de la casa, de mi hija Carmen, que tiene 17 años y vive conmigo. Tengo otro hijo de otra relación, Beltrán, de 9 años. Me gustan los niños.

Hizo la prueba de acceso a la Universidad para mayores de 25.

-Para hacer fisioterapia. Tengo aptitud para los masajes. Me preparé por libre y saqué la mejor nota de Asturias gracias a un libro de comentarios de textos de Lázaro Carreter que me recomendó Javier Carmona. No hice fisio.

- ¿Por qué?

-Me surgió un trabajo de jefe de obra en una regasificadora en Bilbao y fui allí dos años. A la vuelta fue la separación matrimonial y por ocupar la mente empecé a tocar el saxo. Luego vino lo plástico. No tengo formación. No veo digno de admirar lo que hago, me asombra que guste.

- ¿Con qué empezó?

-Con ensamblajes. Tengo bastante síndrome de Diógenes, no me cabían las cosas en casa y en vez de amontonarlas decidí hacer una figura con ellas y darles otro sentido. Vi la propuesta de un proyecto de Red Bull que consistía en hacer un dibujo para unirlo a otros y crear un lienzo kilométrico. Mandé la foto de un cuadro y me lo seleccionaron entre dos mil. La presentación mundial en el Niemeyer de Avilés fue muy mediática. La gente empezó a mirar lo que hago de manera más seria, lo que me deja perplejo.

- ¿Por qué lo hace?

-Porque me apetece. No pienso por qué, hago. Tenía ideas y me mandaba correos o wasaps para acordarme, pero acumulé más de 500 sin leer porque nunca quedo seco. El qué más da funciona mejor que la obligación.

- ¿Ha ganado dinero?

-Vendo caro. Lo que hago no está hecho para vender, son marcadores visuales compuestos de recuerdos y me jode que pregunten su precio y ponérselo.

- ¿Su canal de distribución?

-Las redes sociales. Colaboro en la radio en "Asturias por dos", voy a tertulias... más por mí mismo que por lo que hago.

- El humor.

-Es vital para mi supervivencia. Tuve varios avatares de la vida que me hicieron plantearme o humor o fango.

- "Apadrine una alcayata".

-Una noche de comedia vi una alcayata en la puerta del Museo de Bellas Artes. Luego supe que era para el cartel de horario. Puse una foto mía por hacer una gracia, lo subí a Facebook y escribí "por fin tengo una obra colgada en el Bellas Artes, en el exterior. Vamos a apadrinar una alcayata porque no tienen que estar solas".

Los jueves, a las nueve y media de la noche, un grupo de artistas cuelga una obra de esa alcayata.

- ¿Quisiera tener obra en el Museo de Bellas Artes?

-No me preocupa, voy donde me invitan. Mucha gente se echaría las manos a la cabeza. Me gusta tener mi obra por la calle. El año pasado trabajé para la Fundación Princesa de Asturias en el premio de Cooperación Internacional sobre el cambio climático e hicimos algo precioso con escolares. Recogieron material reciclado, lo juntaron todo en el IES de Sama, hicimos obras de arte y quedaron supercontentos.

- ¿A quién admira usted?

-No estoy en el mundo artístico y no tengo referentes. Me parece sublime la figura de Dalí, cuya obra trasciende en el personaje. Me gustaría parecerme a él sin su locura.

- Se relaciona con artistas.

-Con todo el mundo, y noto las divisiones que hacen entre ellos y no son artista ninguno o lo son todos. Hay más canibalismo que compañerismo. Tienen que aparentar para vender y me resulta pedante. El arte está sobrevalorado. Nadie vende nada y todos viven de otras cosas. En la música es menos acentuado.

- ¿En qué cambió Asturias?

-Es Benidorm, ni llueve ni nieva como en mi infancia. Se nota la despoblación en Nava y en Oviedo. Volví hace poco a mi vieja casa en Vallobín y recordaba que el vecindario tenía las puertas abiertas, nos conocíamos por el nombre y sabíamos si alguien estaba malo. El ascensor mató eso. Mi Vallobín estaba lleno de guajes con el Naranco al lado.

- ¿Se siente a gusto aquí?

-No quiero estar en otro sitio. Oviedo me encanta, pero es demasiado señorial. Llamo la atención. En Bilbao o Madrid ni me miran.

- No lo busca.

-Ni lo contrario. Soy extravertido, algo excéntrico, me gusta la ropa de colores y no entiendo por qué la moda de hombre no avanza más allá del gris y el negro.

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