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Oviedo, capital política o eclesiástica (y 2)

Hechuras de ciudad desde su nacimiento

La urbe se fundó por el interés político y la voluntad de Fruela I y Alfonso II; la Iglesia vendría después

La Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. NACHO OREJAS

Las construcciones palaciegas situadas al oeste de la Cámara Santa se debieron de dejar de usar con ese fin ya en el reinado de Ramiro I, pues este monarca construyó su palacio en el Naranco. Y Alfonso III levantó otro palacio más, al noroeste de San Salvador, entre las actuales calles de Schulz y San Juan. En un documento fechado el 5 de octubre de 896, pero conocido por una copia posterior, Alfonso III dona a San Salvador de Oviedo las iglesias y el castillo y los palacios reales que estaban construidos cerca de la Catedral, y en él se distingue claramente entre los palacios de Oviedo (los de Alfonso II y el de Alfonso III) y el localizado próximo a Santullano. Hay sospechas fundadas de su falsedad, pero en cualquier caso estas dudas afectarían a la veracidad de la donación, no a lo que describe: tres palacios reales distintos en el entorno de Oviedo.

A comienzos del siglo XII, en el relato del traslado del Arca Santa de Jerusalén a Oviedo incluido en el códice conocido como "Libro de los Testamentos" ("Liber testamentorum"), obra del obispo Don Pelayo, vuelve a distinguir entre un palacio construido por Alfonso II cerca de San Tirso y otro distante un estadio de la iglesia de Santullano.

Por último, el 24 de febrero de 1161, la reina Urraca la Asturiana, hija de Alfonso VII y de doña Gontrodo Petri (fundadora del monasterio de la Vega), da a la Iglesia de Oviedo, entre otros bienes, "junto a los muros de la iglesia de San Salvador, los palacios reales con su plaza junto a la fuente baptisterio que se llama Paraíso".

Según García de Castro, este documento, de cuya autenticidad se duda, pierde su validez "por la presencia en dicho solar, precisamente en el área medular del mismo -el correspondiente al Jardín de Pachu el Campanero- de la inscripción funeraria" de la sierva de Dios Tarasia, muerta el 31 de diciembre de 1028, que fue encontrada en las excavaciones de Fernández Buelta y Hevia, lo que supone que esa zona estaba ya arruinada y dedicada a cementerio. Además, sigue diciendo, por entonces ya estaba construida la Torre Vieja de la Catedral lo que "supone la anulación como zona habitable del contorno circundante". Nuevamente, García de Castro vuelve a limitar el área ocupada por el palacio de Alfonso II a esta única zona, la del dibujo de Víctor Hevia, cuando los cimientos se extendían por una superficie mucho más amplia, y en cualquier caso, el uso como cementerio a partir del siglo XI no anula su existencia anterior como palacio ni resta valor a la donación.

Las crónicas del siglo IX no hacen ninguna mención al "episcopio" (palacio episcopal), lo que García de Castro justifica porque su redacción fue hecha por gentes del entorno cortesano de Alfonso III, mientras varias documentos emplazan cerca de las iglesias de San Salvador y de San Tirso unos palacios reales. Parece lógico que si el palacio episcopal ya estuviera allí, desde el principio, no se habría falsificado el documento citado de 896, ni la reina Urraca hubiera podido donar al obispo y a la Catedral unas construcciones que ya le pertenecían.

Es significativo y congruente que la primera mención explícita al palacio episcopal se haga en el Libro Registro de Corias, en 1177, muy pocos años después de la donación de Urraca la Asturiana. El monasterio de Corias poseía unas casas en Oviedo situadas "junto al palacio del obispo", delimitadas a una parte por vía pública y a la otra por la plaza del obispo (la actual Corrada del Obispo).

Niegan García de Castro y Ríos que Oviedo fuera algo más que un enclave habitado por monjes y sacerdotes. Desde luego, no era una gran ciudad. En la España de entonces sólo Córdoba y algunas otras localidades del sur merecerían tal calificación. Pero presentaba ya algunas características propias de un núcleo urbano, y fue asiento de la Corte hasta su traslado a León.

Un documento del monasterio de Santa María del Puerto (Santoña, Cantabria), fechado el 13 de diciembre de 863, recoge la restitución por parte de Rebelio de unos bienes que pertenecían a los monjes y que él les había arrebatado hacía veinte años, tras acudir a Oviedo, ante "don Nepociano", que le dio un escrito con el cual puso pleito a los frailes. Ese "don Nepociano" no es otro que el "conde de palacio Nepociano", pariente (cognatus) de Alfonso II, y que a la muerte de éste ocupó el trono durante un corto periodo de tiempo, según relatan las Crónicas, antes de ser derrotado por Ramiro I.

Este documento nos revela que en la década de 840, cuando muere Alfonso II, la capitalidad política de Oviedo era reconocida en todo el territorio del Reino de Asturias y que allí existía un tribunal o una sala de audiencia real ante la cual acudió Rebelio. Sería un espacio de mayor o menor monumentalidad, en el que residía el "sillón del trono" o "sillón del reino". A él aluden varios documentos del reinado de Alfonso III, como uno de 907 que se suscribe: "en nombre de Dios, morando en la ciudad de Zamora y residiendo el sillón del trono en Oviedo".

Aquel Oviedo debía ser un agregado de edificios religiosos, como las iglesias de San Salvador, Santa María, Cámara Santa, San Tirso, y los monasterios de San Vicente y, más tarde, el de San Juan Bautista y otros de situación imprecisa como los de Santa Cruz, Santa Marina...; otro grupo estaba integrado por los palacios de Alfonso II y Alfonso III, y la fortaleza o castillo de este último, y una serie de construcciones anexas para vivienda y servicio de la corte; y un tercer conjunto de construcciones, de menor entidad, serían las viviendas de los clérigos y servidores de la Iglesia. Debía de haber también un pequeño núcleo de artesanos que atendiera a la construcción de edificios, herreros para la fabricación y mantenimiento de las armas y otros atalajes propios del guerrero y su montura; alguien que se ocupara del vestido y del calzado (tejedores y curtidores) y otras necesidades, así como de crear productos de lujo; y evidentemente una población encargada del servicio, tanto de los palacios reales y la nobleza como del clero. En el testamento de Alfonso II de 812 se donan a San Salvador varios siervos, incluidos grupos familiares de matrimonio e hijos. Y en el entorno, había una población que proveía de los productos necesarios para el sustento diario y los transportaba desde el campo o el mar a la ciudad, y se encargaba de su venta.

La irrupción de los árabes a lo largo de la cuenca del Mediterráneo provocó un colapso del comercio en toda la Europa occidental cristiana, hasta llegar a hacer desaparecer el monetario de oro, incluso en la Francia carolingia. Desde entonces, Europa se volvió una sociedad rural, que tardó varios siglos en recuperar el pulso económico, ya en el siglo XII. Oviedo no fue una excepción a la general atonía económica.

El traslado de la Corte del Reino de Asturias a la ciudad de León en el siglo X restó protagonismo político y también económico a Oviedo y retrasó su despegue. Por otra parte, son muy pocos los documentos conservados de ese siglo y de los anteriores. Esa escasez es uno de los argumentos utilizados por García de Castro y Ríos para restar importancia al Oviedo altomedieval. Parecen ignorar ambos las prácticas habituales en la época, en que la confección de tumbos o cartularios, donde se copiaban los documentos originales, iba acompañada, frecuentemente, de la destrucción o reutilización de los pergaminos que se trasladaban. El conocido como Libro-registro de Corias (Cangas del Narcea) nos da noticias de centenares de documentos relativos a este monasterio desde el siglo X, de los que no habríamos tenido noticia de no haberse éste conservado. La pérdida de estos cartularios y becerros fue más frecuente de lo que quisiéramos y mucho más probable cuanto más antiguos fueran. Textos más recientes, de los que nos consta su existencia, no se conservaron, como el llamado Memorial del abad don Diego, de San Vicente de Oviedo, una crónica de la época de los Trastámara muy citada por el P. Carvallo en sus "Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias", terminadas de escribir hacia 1613.

Entre los documentos conservados, hay uno fechado en 1003 por el que los condes Gundemaro Pinioliz y Mumadona donan al monasterio de San Vicente de Oviedo "un solar junto al límite de la iglesia de San Tirso, con su casa, hórreo y huerto, por el límite de la corte de la ciudad, por el muro antiguo et por el camino que se dirige a la iglesia". Oviedo ya es, en este documento, citada como "civitas". No muy lejos de ese solar, y de la casa y hórreo allí existente, en la actual ampliación del Museo de Bellas Artes, fueron descubiertos los restos de edificaciones en madera de cronología próxima. En otro pergamino de 1078 se vende la "villa de Ataulio" (El Natahoyo, en Gijón) por 350 sueldos de plata kazmí y una piel alfanega vestida de "paño de Oviedo verde". Esta referencia documental a un "paño de Oviedo" indica la existencia de alguna industria textil o algún comercio en la ciudad para atribuirle ese origen.

Oviedo se fundó, esencialmente, por motivaciones políticas en las que la voluntad de los monarcas Fruela I y su hijo Alfonso II tuvieron mucho que ver. La Iglesia, que estuvo estrechamente ligada a la monarquía asturiana desde sus inicios, vendría después. El panteón real creado en la basílica de Santa María (hoy, Capilla del Rey Casto), al lado de San Salvador, siguió siendo una referencia de la monarquía aún después de trasladada la capitalidad.

Desde su fundación, Oviedo ya tuvo hechuras de ciudad, aunque su despegue urbanístico fue un poco a la zaga de otros núcleos situados más al sur. Perdido el protagonismo político, el movimiento peregrinatorio va a ser un factor económico de primer orden en su renacimiento urbano. La donación del valle de Sariego, que Bermudo II hizo en 996 al monasterio de San Juan Bautista y San Pelayo, fue a cambio, entre otros fines, de que se prestara sostén a los peregrinos. Cuando en 1075 Alfonso VI vino a visitar las reliquias conservadas en el Arca Santa que se custodiaba en la iglesia de San Salvador, hacía ya bastantes años que la fama de ellas había trascendido las fronteras asturianas y que el flujo de peregrinos empezaba a llegar a la antigua capital.

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