"Miguel no podía sospechar que en aquel frío día de febrero acababa de empezar su última vida. La definitiva. Él era un hombre lógico, y la lógica dictaba que aquel sería un día idéntico a los anteriores, el mismo pasar de las horas desde la muerte de Águeda".

Después de Un millón de gotas y La víspera de casi todo, Víctor del Árbol vuelve a demostrar su pericia narrativa y su capacidad para cautivar al lector con Por encima de la lluvia, una novela empapada de emociones y sensaciones tormentosas.

Una advertencia del autor: "Hay quien concibe la ficción no solo como una simple forma de contar historias, sino de interpretar el mundo. El lugar donde se encuentran el relato y la experiencia. Si la fusión tiene éxito tenemos ante nosotros un espejo. Cada uno verá un reflejo distinto, en función de lo que mire".

Por encima de la lluvia cuenta una historia, "la de Miguel y Helena, y aún la de la misteriosa y lejana Yasmina, tan ciertas sus vidas como puedan ser las nuestras. O tan falsas. A fin de cuentas construimos lo que somos y nos esforzamos por defenderlo ante los demás, a mitad de camino entre verdades, mentiras, contradicciones, ilusiones, secretos y apariencias. Y para lograr ser 'alguien' cada cuál escoge su estrategia".

Miguel y Helena tienen en común "un pasado que olvidar. Tienen un presente que vivir y tienen un futuro del que no esperan mucho. En eso coinciden, y en poco más. Excepto en la necesidad de ser amados, de ser comprendidos, de ser aceptados. Miguel ha pasado sus más de setenta años fiándolo todo a la lógica y la razón, confiado en que si cumple las reglas la vida pasará sin demasiadas sorpresas, sin dolores extremos ni euforias desestabilizadoras. No se cuestiona qué significa vivir porque la razón le dice que no significa nada, excepto no enloquecer, no tener grandes esperanzas para no sufrir grandes decepciones. Ser un buen esposo, ser un buen padre, ser un buen director de banco. Conducir su viejo Datsun y contener las emociones, mantener a buen recaudo los secretos, los resentimientos y los viejos sueños olvidados. No hablar nunca del pasado. Ni siquiera de su pavor a volar".

Helena "nunca deja de recordar, de revivir una y otra vez la noche en que su madre quiso ahogarla. Desde entonces le aterra el mar. Tal vez por eso ha elegido vivir sus últimos años en Tarifa, frente a las olas con la costa de Tánger y de su infancia al otro lado de su mirada, penetrante y mordaz. Ella sabe que la vida tiene que ser algo más que dolor y sufrimiento, algo más que pérdidas, traiciones y renuncias. Por eso lo ha entregado todo al caos de las emociones, porque en el caos hay pasión y deseo y valentía. Porque en el caos debe existir alguna clase de verdad. Y ella necesita encontrarla".

Que dos mundos así se encuentren "era algo que no cabía esperar. Y sin embargo, sucede, como suceden las cosas en nuestras vidas. Porque deseamos que sucedan, porque permitimos que ocurran. Quizá porque no podemos evitarlo".

Preguntas esenciales: "¿Qué significa para ti la Vida? ¿Qué sueños aplazaste? La única verdad que ambos comparten es que la enfermedad te quita la dignidad, que la fuerza se agota, que la vida se va. Y aun así, ninguno de nosotros renunciaría a un solo segundo de ella. Está en nuestro corazón andar hacia adelante hasta que ya no podamos dar un paso más".

Quizá Miguel "solo ha vivido para aprender a volar y Helena solo ha llegado hasta sus años finales para aprender a nadar. Tal vez tú yo estemos aquí porque tenemos una lección por descubrir".