El premio Nobel de Física recayó ayer en los tres científicos estadounidenses que propiciaron la detección de las ondas gravitacionales y que este año también han resultado acreedores del premio "Princesa de Asturias" de Investigación Científica y Técnica, concedido el pasado 14 de junio. Como ya antes hiciera el jurado de los "Princesa" -que se entregan el próximo 20 de octubre en el teatro Campoamor de Oviedo- la Real Academia Sueca de las Ciencias destaca que Rainer Weiss, Barry C. Barish y Kip S. Thorne han contribuido de forma "decisiva" a culminar cuatro décadas de esfuerzos y coronar un proyecto en el que han colaborado más de un millar de científicos de una veintena de países y que ha revolucionado la astrofísica.

El premio Nobel concedido ayer sirvió a los galardonados para llamar la atención hacia la situación de la ciencia en Estados Unidos, donde la administración Trump plantea recortes en la financiación de la investigación y se ha mostrado escéptica con respecto a la existencia de un cambio climático causado por el hombre. "Vivimos en una época en la que el razonamiento racional asociado con la evidencia no está universalmente aceptado y está en peligro, lo cual me preocupa mucho", aseguró Rainer Weiss. Barry Barish, otro Nobel, expresó preocupaciones similares: "Cualquier cosa que nos haga tomar más en serio a científicos, economistas, químicos, físicos o biólogos, creo que es útil en momentos en que las cosas se distorsionan debido a que la gente no presta atención a todos los hechos".

El Observatorio de Ondas Gravitacionales por Interferometría Láser (LIGO) detectó en septiembre de 2015, aunque no se difundió hasta cinco meses después, ese tipo de ondas, cuya existencia ya dedujo Albert Einstein en su teoría de la relatividad. Detectaron las fluctuaciones en el espacio-tiempo producidas por la aceleración de los cuerpos masivos cuando explota una supernova o colisionan agujeros negros. A mediados de los setenta Kip Thorne y Rainer Weiss iniciaron sus proyectos para poder descubrir las ondas. Mientras Weiss desarrollaba detectores en el Instituto de Tecnológico de Massachusetts (MIT), Thorne empezó a colaborar con Ronald Drever, que había construido sus primeros prototipos en Escocia. Los tres se juntaron años después -aunque Drever, fallecido el pasado marzo, se acabaría apartando- para iniciar un trabajo pionero que incluyó el diseño de un interferómetro láser, la base del futuro LIGO, que cuenta con dos detectores localizados en Estados Unidos, en Livingston (Louisiana) y en Hanford (Washington). La complejidad del trabajo hizo que se tardase años en completar el proyecto, en el que Thorne se ocupó del análisis sofisticado y la teoría avanzada; y Weiss, de la ingeniería creativa para desarrollar el instrumental necesario. Cuando Barry Barish asumió el liderazgo del LIGO, en 1994, transformó lo que hasta entonces era un pequeño grupo de cuarenta científicos en un proyecto a escala internacional con más de un millar de expertos, un paso que la Academia considera fundamental para el éxito de la iniciativa dos décadas más tarde. Desde el descubrimiento de las ondas gravitacionales en septiembre de 2015, el LIGO ha observado dos eventos similares, y el detector franco-italiano VIRGO, localizado cerca de Pisa (Italia) y que se unió al proyecto hace unos meses, otro a finales del mes pasado.