"La poesía no está de moda" en una coyuntura poco propicia para este género, en la que la política o el deporte sí lo están y donde "un momento de reflexión es peligroso para la salud" y es necesario "correr" y "escapar de uno mismo", ha lamentado hoy en Oviedo el escritor polaco Adam Zagajewski.

El autor de poemarios como "Ir a Lviv" y ensayos como "Solidaridad y soledad", un disidente del régimen comunista de Polonia que sufrió veinte años de exilio, se ha expresado así durante su discurso, pronunciado en polaco, en la entrega de los Premios Princesa de Asturias antes de recibir el galardón de las Letras.

Según Zagajewski, la poesía, "la menos técnica" de las artes, no surge del taller, de la teoría o de la ciencia sino "de la emoción de la mente y el corazón que no se puede ni prever ni planear".

"Los poetas no se conocen a sí mismos, suelen vivir en la inseguridad, esperando pacientemente la hora en la que se abren las puertas de la lengua", ha apuntado el primer escritor polaco distinguido con el Princesa de las Letras antes de advertir de que, pese a haberse escrito miles de libros, nadie sabe qué es la poesía.

A su juicio, en el mundo actual todos quieren hablar "sólo de la comunidad y de política", ambas cuestiones importantes, pero ha recordado que también existe "el alma particular con sus preocupaciones, con su alegría, con sus rituales, con su esperanza, su fe, su deslumbramiento que a veces experimentamos".

Así, aunque se debate sobre las clases y las capas sociales, en el día a día no se vive en la colectividad "sino en la soledad" en sociedades que se secularizan rápidamente y en las que quienes defienden la religión "a veces acuden a técnicas sociopolíticas detestables" y se alían con frecuencia con la extrema derecha.

A los veinte años, ha recordado, le fascinaba la poesía crítica con el sistema totalitario de su país, en un época "de tormenta e ímpetu" donde surgieron amistades que perduran con poetas a los que le unía la oposición ante la injusticia y que después siguieron un camino diferente y descubrieron otros continentes artísticos.

"Descubrimos la dualidad del mundo: por una parte, la imaginación; por otra, la obstinada realidad de una mañana de noviembre cuando ya han caído las hojas de los árboles", ha dicho.

Durante mucho tiempo, ha afirmado, no supo qué era más importante, "lo que existe o lo que no existe", la gente que va al trabajo temprano por la mañana, los hombres que leen periódicos deportivos, las mujeres que dormitan en el autobús o las cosas escondidas, "la música y la luna, las ciudades que ya no existen, los cuadros de los grandes maestros, actuales y antiguos, en los museos".

Muchos años después entendió que hay que tener en consideración ambas caras de este "dualismo desigual", de esa ambivalencia eterna en la que no se puede olvidar el sufrimiento de la gente y de los animales, "del mal, que es mucho más tenaz y astuto que los sueños".

"No podemos olvidarnos del mal, de la injusticia que continuamente cambia de forma, de las cosas que perecen, pero tampoco de la felicidad, de las experiencias extáticas que los gruesos manuales de teoría política o de sociología no han llegado a prever", ha apuntado.

En su niñez, ha incidido, España, el país de don Quijote, se le antojaba lejano, maravilloso y legendario, "donde el sol brillaba más y las sombras eran más oscuras", antes de conocer, años después, "la España real, moderna, uno de los pilares de la Unión Europea".

"Y hoy estoy aquí, en Asturias, y soy el invitado de una princesa, no puedo salir de mi asombro. Como se ve, todo cambia, pero nada cambia", ha concluido antes de agradecer el hecho de contar en España con fieles y atentos lectores, "lo mejor que le puede pasar a un autor".