No está mal. Segunda jornada y primera candidata a llevarse la gloria del festival. Emparentada (es curioso) con "Madre!" y "El autor". Manana es una mujer de mediana edad y sempiterna expresión adusta, abstraída, cautiva de su propia obsesión. Escribe. Su familia lo sufre en silencio y lo respeta. Lo protege, incluso. Ella vive exiliada en su propio hogar para que nada la distraiga de crear una obra maestra literaria en la que solo parecen creer ella y un amigo propietario de una papelería que hace las veces de Pygmalion convencido de asistir al alumbramiento de un nuevo Kafka con rasgos de mujer. Lo malo es que esa supuesta genialidad (¿maldición habitual entre los artistas que se salen de las hormas?) lleva aparejadas unas consecuencias brutales para la convivencia familiar. Incluso, para la estabilidad emocional y psicológica de la escritora, cuyos contenidos abiertamente pornográficos y escrutadores de su propia realidad cotidiana y del campo minado de sus traumas infantiles la convierten en un peligro incluso para quien la adora. Seres queridos, seres heridos. Ana Urushadze, respaldada por un reparto que impresiona, muestra en "Scary mother" la punzante capacidad de un Polanski para abrir en canal la realidad más descarnada (esas paredes de hormigón desalmado, ese frío que corroe las miradas, esas conversaciones cargadas de veneno) y el opresivo talento de un Haneke a la hora de practicar autopsias sociales a partir de desgarramientos singulares. Una obra incómoda (la escena "sexual" con el amigo protector es desoladora) que lleva hasta las últimas consecuencias la plasmación en imágenes del nacimiento y desarrollo de un "monstruo" que devora a sus víctimas por el bien de su obra artística, simbolizado en un mítico monstruo filipino que representa a una criatura mitad humana y mitad pájaro que sale de caza cada noche emitiendo un sonido escalofriante. Como escalofriante es la última escena, un cara a cara en el que la voz truncada de un hombre arrasado le canta las cuarenta verdades más brutales a una mujer indiferente ante cualquier cosa que la distraiga de encontrar el final perfecto para su obra, impermeable a la conjura de los necios que (observen su última mirada o su postura fetal en el asiento de una cafetería cuando escucha, escondida, el rechazo a su obra) intentan poner trabas a su destino sin aceptar / compartir / admirar su insaciable capacidad de sacrificio, la belleza de su vuelo depredador.