El mundo cambia, o lo cambian, pero no son muchos los análisis críticos sobre esas mutaciones. De ahí el interés del discurso de Arturo Rubio Aróstegui (Madrid, 1965), que participó ayer, en el Centro Antiguo Instituto, en una de las jornadas "Tan cerca" que organizan los ayuntamientos de Gijón, Santander y Bilbao. Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, además de licenciado en Filosofía, es profesor de la Universidad Rey Juan Carlos y director de la Escuela de Doctorado de la Universidad Antonio Nebrija, una responsabilidad con la que se siente muy "ilusionado". Ciudades creativas y transición digital son dos de sus especialidades.

-¿Qué se entiende por ciudad creativa?

-Es un concepto que se gesta a finales de los ochenta y en los noventa. No surge del mundo académico, sino de las consultorías de los planes urbanísticos. Y trata de dar respuestas a los nuevos problemas de las ciudades. A partir de los noventa empieza a formar parte de los programas académicos. Hay ahí una forma de pensar más holística, frente a otra más instrumental. Se trata de resolver los problemas de manera más global y ecológica. Nada es en blanco y negro, sino que todo depende de cómo se hacen las cosas.

-¿Hay algún ejemplo relevante de ciudad creativa?

-Lo que he expuesto en Gijón es el mal uso que las ciudades han hecho de esta idea. Hay muchos ejemplos de grandes equipamientos, que denominamos "elefantes blancos" y que son grandes edificios que consumen un montón de recursos económicos pero sin proyecto público. Y no sirven para mucho. Algunos ni siquiera se han inaugurado o están en quiebra: de Alcorcón a Leganés, pasando por un centro multifuncional en Pamplona. Hay otros que funcionan de manera muy ineficiente, como el Palau de Valencia. Su coste, comparado con las Óperas de París o Londres, es elevadísimo. Malas prácticas que están por detrás de la idea de ciudad creativa.

-¿Y los buenos ejemplos?

-No se los voy a dar porque quizás no los he encontrado. Es una idea que no se ha prestado a la analítica y que ha permitido vivir muy bien a muchos consultores, pagados por los políticos. Ha tenido efectos negativos sobre la burbuja inmobiliaria, pero también sobre zonas convertidas en barrios de artistas. Echan a la gente y se sube el precio de las casas. Compromete mucho a las ciudades medianas, porque tienen que sobrevivir y la cultura aparece como un recurso vinculado a lo económico que puede salvar la ciudad. No afecta a Madrid o Barcelona, que están por encima.

-¿Gijón y Oviedo en qué categoría están?

-Un ejemplo positivo es el de Bilbao con el Guggenheim. Y no es trasladable: no todas las ciudades funcionan del mismo modo. La verdad es que yo me he centrado más en los efectos negativos; los positivos me cuesta más encontrarlos, aunque me encantaría. El caso de Oviedo apenas lo conozco, y un poquito el de Gijón, donde he venido por ejemplo para la feria Feten. No puedo hacer un diagnóstico, aunque son ciudades prototípicas a las que les viene de perlas cualquier idea al tener que resolverse; son ciudades medianas que no tienen una atracción potente.

-Oviedo tiene Prerrománico, ¿le parece poco potente?

-Claro, claro, pero ése es un valor para siempre y ya estaba antes de la idea de ciudad creativa, ¿no? La ciudad creativa es una nueva manera de pensar la ciudad y hacerlo desde la creatividad; en realidad, es un discurso del capitalismo del conocimiento. ¿Qué ocurre? Que el conocimiento está ligado a procesos de innovación, y eso es pasta. Da más dinero que el petróleo y las fuentes de energía. El capitalismo se reinventa continuamente, y ahora apuesta por ahí. Se espera, por ejemplo, que el sistema educativo potencie más la creatividad. Yo estoy de acuerdo en que tenemos que trabajarla, tanto en la "c" mayúscula como en la minúscula.

-¿Un amplio grupo de profesionales ha visto un gran negocio con el asunto de la ciudad creativa?

-Soy académico, pero es evidente que los consultores viven de esta idea que es muy fácilmente vendible. Y se puede hacer bien, mal o regular. Y en nombre de la creatividad se hacen auténticos monstruos sin sentido. Es ya como un concepto fetiche; todo está bien si se la nombra. Hay que distinguir el grano de la paja.

-¿Qué elementos son necesarios para que podamos hablar de una ciudad creativa?

-Depende si la entendemos sólo desde la perspectiva de la innovación o desde la del empoderamiento que puede dar a los ciudadanos. Para mí, es más importante esto último porque está basada en las experiencias y la participación de la gente. Todo eso está vinculado con los niveles de democracia. El discurso dominante es que la creatividad es buena por sus componentes económicos. Y cómo las ciudades tienen que sobrevivir...

-Usted es también un experto en el análisis de la transición digital. ¿Cuál es el papel de la política cultural?

-Lo digital ha transformado las artes, menos las escénicas. A las industrias del libro, el cine o el disco las ha fundido. Han cambiado las reglas de consumo y de la cultura analógica: mi hijo ya no consume música como yo. Todo es distinto. Antes para ser conocido tenías que pasar por la industria. Y tiene que existir, de manera clara, una política cultural. España ha sido durante años el país con más piratería, por tanto necesitamos una política que sea respetuosa con los derechos de autor. Así de claro. En otros países no había ese problema. No se puede robar impunemente.

-¿El mundo digital ha abierto una brecha insalvable respecto de la cultura tradicional?

-Es un cambio de paradigma. Y cuando ocurre algo así, hay gente que se queda fuera. Hay que trabajar la alfabetización digital. Hay quien no lo consigue. Y esa alfabetización corresponde a los poderes públicos: no se puede dejar a la gente abandonada.

-Hay quien duda de los resultados, en cuanto a calidad cultural, de ese mundo digital...

-En la cultura analógica estaban los intermediarios, que aportaban valor. A los "Beatles" no los podemos entender sin los ingenieros de sonido. Estaban los editores. La transición digital se ha llevado a buena parte de esos profesionales.