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La casa tomada

Matt Damon.

Hay que reconocer que George Clooney es un tipo valiente como director. Después del fiasco de The monuments men ha descartado jugadas más confortables para ponerse a prueba echando mano a un guión resbaladizo de los Coen (viene de rodar con ellos como actor ¡Ave, Cesar!) con riesgo de patinazo. Y se la pega.

Conviven tres tonos, tres historias, tres caminos en Suburbicon. Y el cruce de las tres resulta no solo forzado sino torpe en ocasiones. La parte de sello Coen es evidente: un thriller de brotes perversos en el que una familia se ve sacudida por un hecho criminal que esconde un trasfondo horrendo. Ahí es donde se pueden encontrar esas esquinas de sátira (presuntamente) disolvente con algún que otro guiño a Alfred Hitchcock y salivazos de humor negro (cierto envenenamiento que parece un gag) que funcionan muy de cuando en cuando, sin que la interpretación inerte de Matt Damon ayude a superar una cierta sensación de incomodidad, la que surge cuando alguien no se da cuenta de que su chiste no tiene gracia.

Pero ese bloque muy de los Coen, en el que la violencia se torna más que caricaturesca cartoonesca (o sea, de dibujos animados), y en el que se busca la sonrisa helada en un contexto brutal (un coche que desaparece del plano arrollado por otro, unos matones cómicos en su torpeza letal, una cena tóxica), es interrumpido por episodios sobre un acoso racista dentro de un barrio tan blanco y tan podrido, que se quedan en muy poca cosa. Irrelevantes.

Y, al final, lo mejor de la película no es ni el toque Coen ni mucho menos la superficial denuncia social sino las partes en las que el protagonismo pasa a ser de un niño que asiste, aterrorizado, perplejo y desolado, al espanto que irrumpe en su hogar, y en el que su propio padre se convierte en alguien de quien no puede fiarse. Es en esa pequeña historia de inocencia, miedo y dolor donde asoma el Clooney más inspirado como director, rodando, por ejemplo, un plano sensacional en el que la tragicomedia se desarrolla con la tele encendida.

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