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Medidas desesperadas

Hay en 120 pulsaciones por minuto un intento rabioso y escasamente sutil por tanto de convertir la pantalla en una gigantesca pantalla en la que escribir mensajes de protesta, denuncia y desesperación. Campillo viaja al París de principios de los años 90 para incrustar su cámara en la vida cotidiana de un grupo de activistas que luchan por expandir la conciencia sobre el SIDA que siembra el miedo y el dolor. Sus métodos pueden llegar a ser expeditivos (arrojar bolsas de sangre a un político, invadir un colegio para hablar de condones a los estudiantes, irrumpir en una empresa a voz en grito) y gran parte del tiempo lo pasan reunidos discutiendo sin tregua.

Los 143 extenuantes minutos que dura la película acaban pasando factura. Tras un poderoso arranque que pasa de la palabra a la acción con una contundencia impresionante, Campillo se enreda en secuencias similares que, perdida la capacidad de sorpresa inicial, llegan a ser monótonas y cansinas. Lo que no es óbice para que al final despache un momento sencillamente acongojante en el que amor y muerte se funden en prodigiosa armonía.

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