Antonio García y Bellido es un referente para la arqueología española. Un historiador todoterreno, de mirada profunda y rigor probado, que marcó una época con sus investigaciones, empezando por la excavación del castro de Coaña en la inmediata posguerra. Pero tras esa figura referencial había un hombre afable y un padre paciente que dejó, en sus hijos, un segundo legado para la ciencia española representado en un biólogo de talla internacional, Antonio García-Bellido, y una investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que ha seguido, como su progenitor, la senda de la historia, María Paz García-Bellido. Estas dos facetas de la trayectoria vital del arqueólogo se reencontraron ayer en la sede del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), en el acto que marcaba el inicio del homenaje a García y Bellido.

Premio Ramón y Cajal, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica y dos veces nominado al Premio Nobel, Antonio García-Bellido es, como le definió Venancio Martínez, "el científico español vivo más reconocido, el más original y creativo, el más innovador". Una descripción precisa de un auténtico pionero de la genética del desarrollo. Pero el biólogo, confesaba ayer en el RIDEA, no habría llegado a alcanzar esos horizontes sin el ejemplo de su padre, de quien, asegura, "aprendí a vivir, a juzgar la vida y a enfrentarme con ella".

En una semblanza sentimental de su progenitor, García-Bellido perfiló la figura de un auténtico apasionado de la historia, que encontró en don Manuel Gómez-Moreno, maestro de historiadores, un apoyo crucial para poder afianzar su carrera. "Gómez-Moreno quería muchísimo a mi padre, y también Elías Tormo. Descubrieron que el muchacho era bueno y que merecía la pena ayudarle: lo hicieron nombrándole miembro de la Academia de Historia. Que en aquella época era importante, aunque hoy en día no signifique nada, o muy poco", relató Gómez-Bellido.

Aunque en sus inicios se centró en el barroco, dedicando su tesis doctoral a José Benito de Churriguera y su entorno familiar, Antonio García y Bellido evolucionaría rápidamente hacia la arqueología, abriendo innumerables sendas que luego habrían de seguir otros investigadores. Entre ellas, la de la arqueología de los pueblos prerromanos con excavaciones como la del castro de Coaña. Su conexión con Asturias sería indeleble, y la familia acabaría adquiriendo una casa en Figueras (Castropol).

"Mi padre no se creía muy inteligente, aunque lo era. Desde muy pronto aprendió a confiar en sí mismo, y además era muy apasionado. Creo que era lo que yo más admiraba de él y lo que, a la larga, ha tenido más que ver en su éxito profesional", reflexionaba Gómez-Bellido.

Curioso y amante de la cultura, García y Bellido reunió una gran biblioteca en la que sus hijos fueron descubriendo sus respectivas vocaciones. "Yo tenía dudas, porque me gustaba la ciencia, pero también las Humanidades. Un día, después de cenar, se lo dije a mi padre: 'también me gusta el arte y la historia'. Me dijo: 'no te preocupes, se te pasará'", relató García-Bellido. Y así, el arqueólogo que excavó Coaña legó un gigante a la ciencia española.