La Accademia Bizantina es una orquesta de cuerda que tiene en la suavidad del sonido y en su aterciopelado empaste -los tres primeros violines, los segundos, las violas y los bajos, suenan como si de un solo instrumento se tratara-, su seña de identidad. Salvo el protagonismo sonoro del primer violín, que viene también marcado por la escritura musical en muchas de piezas interpretadas, y que imprimió un relieve más nítido, diferenciado, debido a un ataque -la manera en la que con el arco se produce el inicio de cada nota, con el mayor o menor peso de éste sobre la cuerda lo que le confiere la manera en la que percibimos el inicio del sonido, de la nota o de la arcada-, que lo diferenció claramente del tutti orquestal. La labor de liderazgo del concertino en este aspecto fue omnipresente, y su más destacado papel, también cuando hizo de solista, quedó patente en su acierto, únicamente con algún problema de afinación evidente en el Prestissimo del concerto grosso de Marcello, superado con creces en el resto de su actuación.

La selección de obras propuestas concentró el mayor interés en la segunda parte, aunque el concierto para clave de Platti justamente antes del descanso, fue el momento de mayor lucimiento del clave como solista, donde Dantone sacó la artillería de un clavecinista de primera. El Adagio del Concierto en Sol menor -anónimo veneciano-, como ejemplo, fue uno de los remansos de recogimiento, de sosiego, de este amable itinerario. Destacó la hechura del concierto de Galuppi, el compositor menos conocido de los propuestos -parte del interés de estas programaciones reside en la escucha de estos repertorios menos programados, incluso de las más célebres compositores de la era del bajo continuo-, en este paisaje, con o sin figuras, veneciano. También destacó y no por casualidad como obra de cierre, el Concierto nº 5 para dos violines en La mayor de Vivaldi, aunque el peso en realidad lo llevó abrumadoramente solo uno. A la principal de los segundos violines, que trató de tú a tú al concertino en numerosos pasajes durante el concierto, le faltó algo de brillo. Se debió esto, precisamente, a la disparidad del planteamiento en relación con el ataque del sonido respecto al concertino, quedó algo desdibujado, más ligero, menos "mordido". En la escucha el inicio la nota apenas se percibe, resultando algo tenue, y en pasajes casi imitativos, o de dialogo, debería haber tenido algo más de presencia. El itinerario veneciano de la Accademia Bizantina tuvo una gran acogida por el fiel público asistente al ciclo, apreciando no únicamente la igualdad general del conjunto italiano, también muy especialmente el refinamiento en el pequeño detalle -paradigmático la filigrana sonora de inicio de la última obra entre el primer y el segundo violín-.

El planteamiento programático del conjunto italiano provoca algo de envidia sana. Sorprende, como poco, que no se haga nada parecido -ni siquiera aparece un botón de muestra-, con el barroco español. En el programa de presentación del ciclo, Cosme Marina, su director artístico, escribe una declaración de intenciones plausible si se materializara mínimamente: "El ciclo se sustenta sobre una política de programación que tiene como objetivo último la recuperación patrimonial de la música española de los siglos XVII y XVIII, inexplicablemente olvidada".

Aunque en la presente edición no hay ni una sola obra barroca española, no ya recuperada. La música española de los siglos XVII y XVIII, sigue, de momento inexplicablemente olvidada.