Festival de Cannes (Día 4): Indiana Jones, la Quincena de cineastas y el enésimo falso documental

76° Festival de Cannes. Harrison Ford

76° Festival de Cannes. Harrison Ford / Sebastian Nogier

Pablo Álvarez-Hornia

Pablo Álvarez-Hornia

Indiana Jones y el Dial del Destino, última película de la saga (y primera sin contar con Spielberg y Lucas en la dirección y guión) se ha llevado un jarro de agua fría en su presentación en Cannes, a pesar del entusiasmo mostrado por (y hacia) Harrison Ford y Phoebe Waller-Bridge, sus dos protagonistas.

A pesar de tratarse de una sólida película de aventuras, hay una sensación permanente de anacronismo alrededor de su forma de presentar un cierre que quizás ya sea demasiado tarde para plantear. Todo lo que en las primeras entregas era pastiche de los cines de aventuras clásicos (de Houston a Hawks) resulta aquí casi fuera de lugar y distante, por mucho que todos los elementos esenciales estén presentes sobre el papel.

La planificación de sus secuencias de acción consigue escapar mayormente de las principales tendencias actuales (tanto de la etapa post-Bourne del corte mareante como del reciente resurgir del cine de artes marciales en tomas largas), y se aprecia el esfuerzo aunque acabe por diluirse su marca, quizás por miedo de Mangold a salirse de las líneas marcadas —cosa que Spielberg podría haber tenido más margen para hacer si no hubiese desechado el proyecto—.

En la Quincena de Cineastas ha destacado estos días Sweet East, interesante debut en la dirección de Sean Price Williams, un habitual del departamento de cámara de los Safdie. Es una comedia similar (aunque más desquiciada todavía) a la Funny Pages que se presentó el año pasado en esta misma sección, y de la que Williams también dirigió la fotografía. Se empieza a consolidar así un nuevo estilo de comedia americana —entre el absurdo y la hiperestilización— que consigue devolver a estas secciones paralelas una sensación real de (necesario) distanciamiento del canon de la selección oficial del festival.

Como contrapartida, hemos tenido las tres horas de Los Delincuentes, un esbozo de llevar al terreno de la comedia L’Argent de Bresson —o eso parece esforzarse en decirnos cada vez que tiene oportunidad— y que poco acaba teniendo en común. También se pudo ver anoche el documental Les filles d’Olfa, que entremezcla realidad y ficción en lo que mayormente es una conversación grabada en multicámara que se recrea en cada diálogo con un sentido de autoimportancia que ni siquiera su revelación posterior justifica. Todo aquello que era interesante en el Kiarostami de los 90 es aquí vehículo de la superficialidad más absoluta.

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