Cualquier turista despistado y poco aficionado al balón, hubiera jurado durante la mañana y la tarde del sábado en La Coruña, que el equipo local vestía de rojo y blanco. Una Mareona de más de tres mil sportinguistas anegó el centro de la cuidad, sus plazas más emblemáticas, como la de María Pita, o el paseo marítimo de Riazor. Los negocios de hostelería estaban atestados de camisetas del Sporting en calles estrechas como La Barrera o La Franja, que se quedaban pequeñas para recibir, con los brazos abiertos, a los seguidores rojiblancos. "Estamos todo el año deseando que llegue el partido contra el Sporting", confiesa una taxista, en el trayecto de un hotel al campo. ¿Será por aficionados a comer y beber y por lo generoso del gasto?: "Por eso también, pero sobre todo, porque los asturianos son buena gente y es muy fácil trabajar con ustedes".

Lo cierto es que la fiesta se tuvo en paz. El único momento de tensión se produjo a la llegada de los dos equipos al estadio de Riazor, pero le paso inadvertido al grueso de la Mareona. Los Riazor Blues, aficionados radicales del Deportivo de La Coruña, habían convocado una concentración en el lugar de llegada de los autocares y allí se mezclaron con aficionados de ambos equipos que querían ver a sus ídolos de cerca y darles un último impulso.

El Sporting llegó entre unos pocos aplausos y muchos gritos en contra, con abundancia de insultos. Un aficionado del Deportivo sufrió un ataque epiléptico más allá de la valla protectora y el cuerpo médico rojiblanco no dudo en mezclarse con los seguidores para atender al paciente hasta la llegada de la ambulancia. Luego llegó el Deportivo y se prendieron, por lo que la policía cargo contra los seguidores deportivistas. Fue el único lunar de una convivencia pacífica. Una fiesta deportiva y gastronómica en la que, a la Mareona sólo se le atragantó el resultado final. El último sorbo de Ribeiro, después de dieciocho años sin perder en Riazor. Ambas aficiones se citaron para el próximo curso.