Si como se lleva diciendo desde hace años, la Real Sociedad es el espejo en el que se quiere mirar el Sporting como club y como equipo, se trataría de uno de esos espejos de feria que devuelven el reflejo deformado de quien se asoma a ellos. Ayer se asomó el Sporting y la imagen reflejada fue la de un equipo menor, encogido, adelgazado, debilitado y casi hasta enfermo. Es normal que el Sporting, y casi la mitad de los equipos de la categoría, tenga su espejo en el conjunto donostiarra, uno de los mejores que ha pasado por El Molinón en lo que va de curso. Los de Eusebio marcaron la distancia entre un equipo que aspira a pasearse por Europa y otro que pelea por la supervivencia entre los mejores del fútbol español.

Aunque los futbolistas eran los mismos, la Real Sociedad fue otra muy distinta de la que salió goleada de este mismo césped la temporada anterior. También el Sporting estuvo lejos de aquel equipo vigoroso, valiente y orgulloso que desbordaba guajes por cada esquina. No hubo ni sombra de la esperada reacción. Quizá asomó un poco entre el primer gol donostiarra y el empate de Cop, pero fue más una cuestión de empuje que de fútbol.

Incluso con las tablas en el marcador, el Sporting nunca estuvo en condiciones de discutirle el partido a una Real Sociedad que pasó por El Molinón con la autoridad de los equipos buenos. El tropiezo de ayer deja un Sporting herido, que no conoce la victoria en los últimos nueve partidos y emite unas señales alarmantes. El Molinón respondió con pitos y asientos vacíos mediado el segundo tiempo. Y el que quiera entender, que entienda.