El Sporting y El Molinón juntos hacen todo más fácil. Los rojiblancos dieron un paso importante para acercarse a la permanencia guiados por una afición entregada a la causa en un partido en el que todo lo que no fuera la victoria dejaba el objetivo en manos de un milagro. Los gijoneses consiguieron el triunfo perseguido durante los últimos seis partidos en casa, el primero de Rubi ante su público. El sportinguismo ve reforzada la fe para buscar una nueva dentellada a los 5 puntos de distancia con el Leganés, el rival que marca el objetivo, el de la otra gran remontada.

El inicio fue prometedor. Un millar de sportinguistas recibieron al equipo a su llegada en autocar al municipal gijonés entre pancartas con lemas como "fidelidad" y "batalla sin cesar". El tramo final, entre las bengalas rojas encendidas para alumbrar los últimos metros y el camino hacia la victoria. "¡Vamos, que hoy hay que ganar!", tronó mientras las miradas de concentración de los futbolistas ganaban intensidad. El Granada llegó poco después, intimidado, aparentemente, por el ambiente y los gritos de Sporting y Sporting lanzados a modo de grito de guerra por los situados en torno al autocar del conjunto nazarí.

La siguiente estampa de la pasión rojiblanca estuvo en el fondo sur. La peña sportinguista Ultra Boys acompañó la salida del equipo al terreno de juego con el despliegue de un tifo en el que se podía leer "no nos asusta la oscuridad, adelante campeón". "¿Quién dijo que no? Sí, se puede", se escuchó por megafonía, en forma de reto. El público acompañó: "Sí se puede". Y los 25.070 espectadores ayudaron a ello.

El Sporting se creció, achuchó a un Granada que tuvo en Ochoa a su salvador y al palo que escupió un remate cruzado de Víctor Rodríguez, su mejor aliado. El tiempo de descanso discurrió entre tertulias que mezclaron el optimismo y la cautela. El equipo parecía en el camino de lograr los tres puntos, pero no encontraba la claridad necesaria en los últimos metros. Y entonces volvió a echar a rodar el balón para que, a los pocos minutos, se hiciera el silencio. El tanto de Ingason para el Granada hundió al sportinguismo en su butaca. Los tímidos ánimos del fondo sur llenaron el vacío. Los peores presagios se empezaban a hacer realidad. Ver más cerca que nunca el descenso hizo reaccionar. El verdadero partido empezó a jugarse ahí.

La entrada de Traoré abrió una revolución resumida en tres goles en siete minutos. El costamarfileño hizo el primero, seguido por otro de Babin, sin celebración por su pasado en el Granada, y aumentado con un tercer gol, firmado por Carmona. La grada hizo estallar los nervios y la rabia contenida en forma de rugido de fiera que empieza a despertarse. Un rugido que fue en aumento a medida que se amplió el marcador. La fiesta pudo ampliarse de anotar Traoré un penalti adivinado por Ochoa y forzado por Burgui, otro de los héroes, despedido con honores cuando fue sustituido. Un poco más cerca de los puestos de salvación, el Sporting promete seguir creciéndose en los peores momentos.