"Pero no pudo ser, y aquí sigo luchando.

Dando el cien por cien de mí a cada paso que ando.

Llorando, riendo, subiendo, bajando,

alejándome. Dejando de ver todo lo malo.

Y por más que vino, sé que nunca me debilité.

Milité entre mil, y vi que en mi nivel no hay limite.

Me limité a que mi tez no escondiese más la timidez"

DANTE.

Será que en la adversidad uno se crece. Será que no siempre dimos el mil por mil, que ya no el cien por cien, que ´esto´ exige. Será que nos anclamos en un bucle sin fin de sentimientos negativos. Pero también será que desechamos la timidez ante la sombra del descenso; que la lucha se convirtió en guerra continua y aprendimos a convivir con ella; que el mil por mil ya sustituyó al cien por cien; que conseguimos llorar de alegría, reconvertir la rabia en arma arrojadiza y celebrar las batallas; que dejamos de ver solo lo malo para darle siete minutos de oxígeno a lo bueno; que la debilidad dio paso a la fortaleza. Y descubrimos que si continuamos caminando el límite desaparece, al mismo tiempo que esa sombra empieza a difuminarse y a ser sustituida por la de veintidós hombres que aun creen.

Las balas (perdidas) ante el Deportivo y el Valencia supusieron el fin del cartucho. Poco más había que hablar y mucho menos luchar (así lo creía yo también). La sombra del descenso, reconvirtiéndose en Úrsula de La Sirenita, se apoderó de las miles de voces de El Molinón en los días posteriores a la derrota y a ese empate. Más aun cuando fue el Granada el que golpeó primero en El Molinón después de que el Sporting siguiera perdiendo ya no balas, sino cartuchos, por el camino. El bolsillo parecía vacío. Ya no había nada que rascar, creímos. Pero quedaba uno a punto de oxidarse: siete minutos de vida le quedaban si se quería usar. Fueron suficientes. Traoré, Babin y Carmona sacaron su máximo rendimiento, y el del cartucho también, para poner en pie a El Molinón. Cabeza alta, cartucho en mano y a seguir luchando, que este muerto está aun muy vivo.

El parón por selecciones se puede convertir en la particular bombona de oxígeno para el Sporting o en su sentencia de muerte. A la vuelta, en la trinchera del Sánchez Pizjuán espera el Sevilla. Quizá sea uno de los peores anfitriones, porque más que facilidades te pondrá obstáculos; más que ofrecerte café con pastas, te dará bocadillo de goles si se lo permites. Pero en el recuerdo queda (aun con Abelardo) la actuación de esta escuadra rojiblanca en la primera vuelta. No hay más cartuchos, solo el que se sacaron de la chistera ante el Granada en el último suspiro, y quedan diez finales. Y, sí, Rubi, son finales. Finalísimas. A vida o muerte. Evasión o victoria. Permanencia o descenso. Oro o plata. Sonrisas o lágrimas.

Dicen que el Sevilla nunca se rinde, pero también que el Sporting batalla sin cesar. Nos vemos en la guerra y solo puede quedar uno. Que Sevilla se tiña de rojiblanco para celebrar una vez más.