Como cabía esperar, tras la derrota sufrida en Anoeta, especialmente por la forma en la que se produjo, no hemos hecho otra cosa que leer y escuchar crónicas y comentarios, poniendo el grito en el cielo contra este equipo y contra todo lo que le rodea: jugadores, entrenador, Director Deportivo, Consejo... Pero curiosamente, hay un apellido que todos conocemos y que sin embargo, da la impresión que el pronunciarlo o escribirlo, fuera algo casi prohibido. Una especie de palabra tabú. Y no digamos ya el señalarlo como aquel asociado al mayor responsable (tanto como lo es su mayoría accionarial) de que el Real Sporting (Sociedad Anónima Deportiva para desgracia de todos los sportinguistas), esté a un paso del tercer descenso desde que hace la friolera de veinticinco años, el caballero del ilustre apellido prohibido, llegara al club. Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, podemos decir que hay todavía quien es capaz de superarlo y tropezar todas las veces que hagan falta. Porque esa ha sido la constante durante estos cinco lustros: una sucesión de tropiezos, errores, pésimas gestiones, impagos, denuncias, concursos de acreedores y promesas nunca cumplidas. Y seguramente me habré dejado algún "logro" en el tintero.

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, el problema que tenemos, aunque nos duela reconocerlo en lo más hondo de nuestro corazón sportinguista, es que el Real Sporting SAD, a pesar de haber recurrido no pocas veces a lo público como solución para paliar sus penurias económicas, no deja de ser una empresa privada donde como en un barco, donde manda patrón, no manda marinero, siendo en este caso el patrón quien ostenta la mayoría accionarial. ¡Cuántos sportinguistas desearíamos volver atrás en el tiempo, para acudir ahora sí a aquel llamamiento para la compra de acciones! En eso, justo es admitirlo también, no estamos exentos de nuestra parte de culpa aquellos que por el motivo que fuese, entonces miramos hacia otro lado. Pero es que la penitencia que estamos pagando es desproporcionada por aquel, llamémoslo así, pecado de juventud.

Sé que no les estoy contando nada que no sepan y que lo que les interesaría conocer, es qué solución podría existir para que el panorama actual que tenemos ante nosotros, sombrío y lúgubre a más no poder, se tiñera de un rojiblanco con aroma a esperanza, a renacimiento. Soluciones reales y no propuestas sin ninguna base donde sustentarse, más allá de en el deseo (probablemente utópico) de un Sporting propiedad de todos los sportinguistas. Créanme que no trato de echar balones fuera si les digo que no me corresponde a mí ofrecer esas soluciones. Tal vez sí la pudieran aportar la Asociación de Veteranos, la Federación de Peñas Sportinguistas, otras asociaciones como Tú Fe Nunca Decaiga o incluso el Ayuntamiento, por citar solo algunos ejemplos, pero solo si fuesen todos de la mano y en pos de un interés común. ¿Existe este?

Por mi parte, yo solo soy un simple seguidor sportinguista, que tuvo su primer carnet de socio cuando los Ferrero, Cundi, Uría, Jiménez, Castro, Mesa, Joaquín y Maceda entre otros, defendían nuestro escudo. Por cierto, que al comparar aquel plantel con el actual, no me dirán que no es como contraponer hombres a niños. Y que me perdonen los inocentes niños. Claro que entonces había una gestión sólida y seria. Que no todo era debido al famoso derecho de retención, tildado no obstante por algunos como poco menos que una práctica esclavista. Para esclavitud, aquella a la que está sometida esta afición, que contra viento y marea, a pesar de apellidos prohibidos, este fin de semana volverá a llenar el estadio. Precisamente por ahí, pudiéramos encontrar la primera forma de manifestar nuestro absoluto desencanto y rechazo: ¿se imaginan la repercusión mediática de un Molinón semidesierto frente a todo un Real Madrid? Sé que no lo verán mis ojos, que el sábado por decisión personal, no estarán presentes en el estadio. Los mismos ojos que todavía hoy, siguen llorando un descenso, aunque lo más doloroso de este, sea que aún no se ha consumado.