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Brujo, ojalá fuera sólo una de tus bromas

Brujo, ojalá fuera sólo una de tus bromas

-Oye chaval, ¿Quini estará por ahí?

Después de dieciocho años de visitas diarias a Mareo, ésta es seguramente una de las preguntas que más veces me han hecho en la vida. A mí y a cualquiera que saliera del edificio principal de la Escuela de Fútbol (que a no tardar debe pasar a llamarse Enrique Castro, Quini; le digo a usted, señor de guardia), en el que conviven las oficinas y la sala de prensa. Nos pasaba a todos, y lo gordo es que Quini siempre estaba. Quini atendía siempre, posaba, firmaba, bromeaba y tenía una paciencia a la altura únicamente de su grandeza.

La noticia nos resquebrajó a última hora de la tarde y negamos la evidencia hasta mucho más allá de lo razonable. Lo primero que me vino a la cabeza fue aquel niño de seis años que una vez fui y que lloró desconsoladamente una tarde, cuando la televisión de casa de mis abuelos, en el barrio de Pumarín, anunció el fichaje del ídolo por el Barcelona. La mente infantil no alcanzaba a comprenderlo. Lo bueno de los niños es que los berrinches duran poco y el Barcelona comenzó entonces a gozar de mis simpatías, porque uno siempre ha sido de Quini. Como lo es del Guaje Villa.

Siento una lástima enorme por los sportinguistas más jóvenes. Los que peinamos canas crecimos viendo al Brujo marcar, viendo al Sporting discutirle los títulos a los gigantes del balón y paseándose por Europa sin complejo alguno. Vimos a Quini ganar siete Pichichis (cinco con el Sporting, tres en Primera y dos en Segunda, y dos más con el Barcelona). No hace falta decir lo bueno que era Quini, pero hay un dato lapidario. En la temporada 1975-76, el Sporting bajó como colista y Quini ganó el trofeo Pichichi marcando más de la mitad de los goles del equipo.

El legendario goleador marcó la infancia de aquel niño que quería ser futbolista y acabó arrimándose al balón a través del periodismo. A mi profesión le agradezco haberme concecido el enorme privilegio de conocer a la gran persona que habitaba tras el excelso goleador.

Las aburridas jornadas de Mareo se convertían en memorables cada vez que el Brujo pasaba cerca. Ni un viaje en balde, cada vez que se acercaba dejaba una perla. Las anécdotas alrededor de su figura son miles. Recuerdo una en particular, en los malos tiempos de principios de este siglo. La expedición rojiblanca caminaba en tránsito por el antiguo aeropuerto de Barajas. Detrás íbamos los periodistas (escasos entonces en los desplazamientos) y al final venían charlando dos viejos amigos: el entrenador, Antonio Maceda, y el delegado, Enrique Castro, Quini. Todos en pie. De pronto se produce un revuelo en el grupo de futbolistas que se abre y se giran para dejar paso a Juan Carlos Ferrero, entonces el tenista del momento. Ferrero ni se inmuta al pasar junto a los futbolistas. Este periodista se gira admirado a verlo pasar y es entonces cuando el tenista descubre a los dos mitos, se acerca, se presenta y les saluda afectuosamente. Y así, siempre.

En los últimos años Quini ha sido la cara amable del Sporting. El que siempre aparecía en los hospitales o en los funerales. También le tocó acompañar a mi familia en algunos momentos malos. Desde luego, Quini era siempre esa persona que agradecías ver. Hace unos años nos dio ya un susto severo con el maldito cáncer que Quini se sacudió de encima con la misma facilidad con que se libraba de los centrales. Cuesta entender cómo se pudo parar un corazón tan grande. La buena noticia es que Quini no se va. Los mitos son eternos. Bruji, ojalá fuese sólo una de tus bromas.

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