El Sporting de Baraja es un equipo nuevo. Cualquier parecido con el desdibujado y cabizbajo plantel que se encontró el técnico en su llegada a El Molinón, es pura coincidencia. Baraja, una elección muy cuestionada por el sportinguismo en los primeros momentos, ha sido capaz de imponer sensatez en sus decisiones. Sin ataques de entrenador, ha dado una personalidad y un estilo reconocibles al Sporting, le ha imprimido un carácter ganador y una vocación ofensiva. El equipo está cómodo y seguro de sus posibilidades y cuenta con el respaldo de los resultados.

No es Baraja un hombre que deje grandes titulares, ni es reconocible por sus aspavientos o sus voces. Baraja vino a aplicar sensatez, tomó siempre decisiones razonables (en fútbol todo es discutible) y se fue llenando de razón casi al mismo tiempo que se destapaba como un gran gestor de grupos. Hasta ahora se conocía a Baraja como un buen alineador y un experto en preparar los partidos, salvo algún pequeño lunar como los de Lorca u Oviedo, donde cometió algún error de bulto en su planteamiento.

Ayer, en un día grande, el técnico demostró también su pericia para leer los partidos y tomar decisiones que ganan puntos. Tras un gran primer tiempo, quizá demasiado frenético para un amante del control como el entrenador del Sporting, Baraja detectó algo que no le gustaba y dejó a Nano Mesa calentando con el preparador físico Manu Poblaciones. Ya barruntaba el técnico un cambio a gran escala, pero no lo hizo en el descanso para no dar tiempo a Míchel a programar la respuesta del Rayo.

Fue después de la jugada que pudo cambiar el partido, el posible penalti de Sergio, en los peores momentos del equipo. Baraja movió ficha y cambió el curso del partido. Introdujo a Nano Mesa por Rubén García y situó al Sporting en un 4-4-2 clásico. El equipo creció, marcó y pudo sentenciar. El Rayo, un rival más que notable, apretó al final y ahí Baraja se encomendó a Mariño.