México, Agencias

Un grupo de sicarios pagados por narcotraficantes masacraron ayer a 52 personas en el interior de un casino de la ciudad de Monterrey, al norte del México. Con la mayor frialdad del mundo, los asesinos ametrallaron y lanzaron granadas al interior del local, tras verter un líquido inflamable, lo que desató un pavoroso incendio. La mayor parte de las víctimas murió por las llamas o intoxicación producida por la densa humareda. Hay unas diez personas heridas. Una matanza más en un país que cuenta los muertos por miles en la guerra que mantienen los narcos por controlar el territorio (en este caso el cártel del Golfo y los temibles Zetas), aunque la brutalidad de este ataque hace pensar en un salto cualitativo, como si se tratase de un desafío.

El ataque al Casino Royale se produjo a las cuatro menos diez de la tarde (hora local, diez menos diez de la noche hora española). Los testigos relatan que los atacantes llegaron a bordo de dos vehículos. Dispararon y lanzaron granadas, tras rociar la entrada con un «líquido inflamable», al parecer, gasolina, lo que desató el incendio. En el lugar había más de cien personas personas, de las que muchas pudieron escapar y otras corrieron a refugiarse en los baños o intentaron huir por salidas de emergencia que, al parecer, estaban obstruidas.

La reacción del Gobierno mexicano hace pensar que ha aceptado el envite. Por lo pronto, enviará a Monterrey a 600 soldados para reforzar la lucha contra los narcos, y la fiscalía ofrecido una recompensa de 30 millones de pesos (unos 2 millones de euros) para quien facilite datos que lleven a la detención de los autores. Las autoridades difundieron además un vídeo en el que se ve a ocho o nueve sicarios aparcar ante el casino, coger unas garrafas y verterlas con toda frialdad antes de disparar y lanzar las granadas.

La crudeza de esta masacre ha tocado el corazón de todo el mundo. Mandatarios como el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y la presidenta alemana, Angela Merkel, han expresado sus condolencias

El presidente de México, Felipe Calderón, acudió al lugar del siniestro rodeado de las más altas autoridades del Estado, para depositar una corona en memoria de los asesinados. Calderón calificó a los asesinos de «verdaderos terroristas sobre quienes debe caer no sólo todo el peso de la ley, sino el unánime repudio de la sociedad», ya que han «rebasado todos los límites no sólo de la ley, sino de elemental sentido común y de respeto a la vida».

El ataque «carece de razón y justificación, es el más grave contra la población civil inocente que haya visto el país en mucho tiempo», afirmó Calderón, quien pidió la «unidad» de los mexicanos. También criticó a Estados Unidos por alimentar el trafico de cocaína y vender armas a los delincuentes. Desde que llegó al poder, a finales de 2006, han muerto 42.000 personas en la guerra del narcotráfico.