Oviedo, L. Á. VEGA

«Creí que mi hermano se estaba haciendo el muerto para tenderme una trampa», aseguró Tomás Rodríguez Villar, «Tomasín», el pasado lunes, ante la juez sustituta de Tineo, Ana Olivares, según indicaron fuentes cercanas al caso. Durante día y medio después de cometer el crimen, el presunto homicida se acercó hasta en tres ocasiones a la cabaña donde se produjo la muerte para comprobar si seguía allí. Luego, cuando vio a la Guardia Civil en el lugar del crimen, se convenció de que realmente había matado a su hermano. Terminaba así, de la peor forma posible, la pesadilla de maltratos que, según declaró «Tomasín», sufrió a manos de su hermano Manuel Rodríguez Villar, que subía de forma frecuente hasta la cabaña donde vivía su hermano menor para golpearle por las cosas más peregrinas, como que sus vacas se colasen en la finca de algún vecino, según aseguró en su declaración. Manuel era el primogénito, y estaba acostumbrado a hacer su voluntad, según indicaron personas conocedoras del caso.

La noche del crimen, presumiblemente la del jueves día 1, Manuel Rodríguez Villar, «El Llanezo», volvió a subir hasta la cabaña de su hermano con aviesas intenciones, si se hace caso del relato hecho por el presunto homicida. El hermano mayor comenzó a golpear violentamente la puerta de la cabaña y a insultarle. Iba a darle otra paliza. Fue entonces cuando el miedo a los golpes recibidos durante años hicieron que «Tomasín» tomase una terrible determinación y cumpliese el aviso que un vecino le escuchó en cierta ocasión: acabaría matando a su hermano.

«Tomasín» tenía desde los 12 años una carabina de perdigones, que había terminado por convertir en un arma muy distinta, capaz de lanzar proyectiles de mayor calibre. El arma, sin culata y con un gatillo diferente del original, fue encontrada por la Guardia Civil en la cabaña. «La primera vez la cargué con una posta que saqué de un cartucho del calibre 12», confesó ante la juez. Luego disparó. La posta alcanzó a su hermano en la cabeza.

Manuel Rodríguez, sangrando abundantemente, aún continuó intentando entrar en la cabaña. Según «Tomasín», no hacía más que amenazarle. «¡Te voy a matar!», gritaba. «¡Te voy a meter la cabeza en el bebedero hasta que te ahogues!», amenazaba, haciendo referencia a la pila situada junto a la cabaña, de la que «Tomasín» sacaba el agua. Fue tal la violencia que utilizó que llegó a arrancar uno de los maderos de la puerta de la cuadra.

«Tomasín» no le vio ninguna herida en la cabeza, sólo «sangre en las manos». Aterrado ante la idea de que su hermano consiguiese entrar en la cabaña -o al menos es lo que declaró-, volvió a cargar su vieja carabina, esta vez con «un trozo de alambre», indicó en su declaración. Y volvió a disparar. Manuel «se echó para atrás e hizo como si fuese a devolver», añadió «Tomasín». Entonces le perdió de vista y aprovechó para huir por la ventana de la cabaña y saltar al prado contiguo. Desconocía en ese momento que hubiese matado a su hermano. Manuel Rodríguez Villar yacía a pocos metros de la entrada de la cabaña, con dos impactos en la cabeza, uno de ellos en la frente. Debió morir en pocos minutos.

«Tomasín» creía que su hermano sólo se estaba haciendo el muerto, y que estaba tirado en el suelo, esperando a que se acercase para lanzarse sobre él. Hasta tal punto le temía. Durante el siguiente día y medio volvió a la cabaña hasta tres veces para comprobar si su hermano seguía allí. El sábado por la mañana, la Guardia Civil encontró el cadáver de Manuel Rodríguez y el arma casera con la que se había perpetrado el crimen. Tras hablar con vecinos y familiares, concluyeron que el autor del crimen había sido su hermano, con el que decían que se llevaba muy mal.

Comenzaba entonces una fuga de 57 días. «Tomasín» no ofreció muchos detalles de esas ocho semanas escapando de la Guardia Civil. Aseguró que no se había entregado porque tenía miedo y no estaba «acostumbrado a tratar con humanos», según trascendió de su declaración, en la que estuvo asistido por el abogado Manuel García García-Rendueles.

El monte de Cabornu y las Peñas de Buscablos en las que estuvo escondido eran un terreno que conocía perfectamente desde pequeño. A esos parajes había sido empujado por unas circunstancias que sólo pueden comprenderse a la luz de su declaración. Ante la juez confesó que había sido objeto de malos tratos desde pequeño. Llegaron a romperle la nariz hasta en dos ocasiones. Aseguró que los críos le «tiraban piedras».

La mala relación con su hermano fue la que le empujó finalmente a abandonar la casa familiar en La Llaneza, más de diez años atrás. Se hizo cada vez más huraño, casi un ermitaño. Para sobrevivir tenía sus vacas, una veintena, que al parecer vendió el año pasado. En su precipitada huida, a «Tomasín» no le dio tiempo a coger el dinero, unos 30.000 euros, que tenía guardados en un bote de Cola Cao en la cabaña, que la Guardia Civil recuperó.